Alonso de Bazán y la torre de Guadalmansa

Torre de Guadalmansa
(Fuente: acuarela de Telesforo Zabala)

¡Cuántas historias cercanas habrá enterradas bajo el peso inexorable de los siglos, esperando quizá una pluma amiga que sepa arrancarlas de algún antiguo legajo, de una crónica, una carta o incluso de un riguroso testamento!

La que hoy voy a contaros sucedió hace mucho tiempo en la desembocadura del río Guadalmansa; así que, si un día os acercáis por allí dando un agradable paseo a través de la Senda Litoral para contemplar su maravillosa torre almenara, os invito a que me acompañéis ahora en un largo viaje a través del tiempo.

LOS ATAQUES BERBERISCOS 

A mediados del siglo XVI, era este uno de los parajes más peligrosos de toda nuestra costa, pues con cierta frecuencia solían arribar a su playa las temidas galeras berberiscas procedentes del norte de África.

Según contaba el ya desaparecido historiador yunquerano don Nicolás Cabrillana Ciézar aquellos corsarios de allende, que cruzaban el Estrecho ávidos de fortuna y venganza, recorrían la orilla enarbolando sus estandartes con total desfachatez para dedicarse luego al saqueo y a sembrar el pánico entre los indefensos lugareños.

Moros en la costa
(Fuente: Crónicas de Siyâsa)

Señala el autor que Guadalmansa estaba justo en la zona más comprometida de la costa, “a solo doce leguas de Berbería”, por lo que una fusta enemiga podía salir de un puerto africano por la tarde y desembarcar allí aquella misma noche. Además, se hallaba muy próxima a asentamientos habitados por moriscos, como era el caso de Benahavís, cuyos habitantes se pasaban habitualmente allende en estos mismos navíos corsarios ayudando muchas veces a los recién llegados en la captura de rehenes.
    
Con este panorama, es fácil imaginar la constante incertidumbre a la que estarían sometidos los primeros colonos cristianos asentados en la comarca, sabiendo que en cualquier momento podían encontrarse en las playas con una turba desbocada de sarracenos empuñando sus temibles alfanjes.
    
Esas correrías turcas, tan sangrantes para la Corona española como una herida abierta, acarreaban todo tipo de tropelías: desde incendiar corrales y hacer auténticos estragos entre el ganado matando vacas, ovejas o cerdos impunemente; hasta asaltar hogares mancillando doncellas o llevándose cautivas familias enteras de ganaderos y campesinos para pedir por ellos un rescate o venderlos después como esclavos en el reino de Fez.
    
¡Ni siquiera los mudéjares estaban a salvo de los corsarios! Así había ocurrido, por ejemplo, en febrero de 1.501 con los vecinos de la cercana alquería de Belerín (El Velerín); cuando sus habitantes, unas cien personas entre hombres, mujeres y niños, fueron secuestrados —en esta ocasión no por turcos, sino por gibraltareños— pensando que los iban a trasladar a la costa africana para iniciar allí una nueva vida.

Torre del Velerín
Sería construida durante la segunda mitad del siglo XVI.
(Fuente: Diputación de Málaga)

Posteriormente citaremos otros casos fechados algunas décadas más tarde, porque era tal la psicosis de la gente que muchos colonos se plantearon abandonar las tareas de labranza y crianza de ganado en estas inhóspitas tierras para huir a zonas más seguras del interior, con el peligro de despoblación que ello podía acarrear.

LA HACIENDA DE ALONSO DE BAZÁN 

Una de las haciendas más importantes de la comarca durante el periodo que nos ocupa fue la conocida como Cortijo de Guadalmansa, propiedad de don Alonso de Bazán, un influyente hidalgo bien relacionado con la nobleza y afincado en Marbella, ciudad de la que llegaría a ser alcaide desde 1.540  hasta el final de sus días.
      
Situada “a dos leguas de Estepona y tres de Marbella”, su finca se extendía por los márgenes del río “desde las arenas de la mar” hacia las mismas faldas de Sierra Bermeja, abarcando tierras que llegaban incluso al río Padrón.

Retrocediendo a la terminología propia de la época, era considerada como un cortijo de pan llevar —expresión usada para referirse a las heredades dedicadas fundamentalmente a la siembra de cereales—. Así pues, debía de tener una buena cantidad de fanegas de trigo; porque, según citaba Cabrillana Ciézar en su estudio, los campesinos llegaban a tardar hasta dos meses y medio en las labores de siembra, necesitando para ello ocho yuntas al mismo tiempo. Eso hacía un total de treinta y dos bueyes cada jornada —dieciséis para el turno de mañana y otros tantos para el de tarde—.

Libro de horas de Enrique VIII, Julio. La cosecha
(Fuente: Pinterest)
Pero no todo era trigo; había también en la hacienda cientos de vacas y novillos —erales, cuatreños, cabestros…— pastando por sus enormes dehesas; aunque, tras la época de siembra, el ganado era trasladado a otros términos municipales, como Casares, Tarifa o Alcalá de los Gazules, donde pasaba los inviernos.

Consecuentemente, con esta rica actividad agrícola y ganadera, se garantizaba la presencia de gente en los campos, tan necesaria para repoblar la costa: gañanes, que trabajaban a las órdenes de los capataces; boyeros, para conducir las yuntas de bueyes; o herreros, dedicados a arreglar los utensilios de labranza y herrar las bestias, amén de otros tantos trabajadores de oficios especializados, así como de un puñado de hombres y mujeres —esclavos mudéjares la mayoría— que don Alonso tenía a su servicio en las estancias del cortijo.

¡MOROS EN LA COSTA!

Muchas de estas personas, en particular los ganaderos, solían desplazarse a través del peligroso camino real que iba de Marbella a Estepona armados con ballestas o arcabuces para poder defenderse en el caso de que se produjera algún desembarco no deseado —el propio Bazán tenía en la casona de su cortijo un variado arsenal—. Y tal como estaba el patio, podemos hacernos una idea de la tensión que soportarían los pobres pastores mientras conducían sus rebaños por aquellas desprotegidas cañadas, que en algunos tramos seguían los pasos de las antiguas calzadas romanas.

—¡No vayáis a Estepona
con el ganado,
que moros han de allende
desembarcado!

—Apártate, cristiana,
y no tengas miedo;
que llevamos ballestas
y armas de fuego;

—Eso dijo mi padre
antes que mi hermano:
uno murió en la orilla
y otro, en mis brazos.

Es de suponer que el más mínimo ruido proveniente de la playa —árboles agitados por el viento, graznidos de gaviotas volando alrededor o el simple crujido de una rama tras un cañaveral— los pondría en estado de alerta.

A veces puede que se tratara de una simple alimaña en busca de alguna oveja descarriada; pero, cuando la amenaza resultaba real y oían gritar a lo lejos en la lengua del Corán, un miedo visceral encogía sus corazones. Entonces, el pulso se aceleraba, un sudor frío les erizaba la piel y sus miradas inquietas se dirigían compulsivamente hacia la orilla, por donde verían serpentear ladera arriba a los temidos depredadores de allende. Y por si esto fuera poco, sin posibilidad alguna de ocultarse porque el ganado delataría su presencia y haría inevitable el enfrentamiento.

Playa de Estepona con la vista del Peñón de Gibraltar. Fritz Bamberger
(Fuente: Museo Carment Thyssen Málaga)

Leyendo al historiador Teo Rojo en su segundo volumen de Historia de Estepona, seguimos la pista a muchas de estas incursiones, que podían darse prácticamente en cualquiera de las calas que separaban Estepona de Marbella. He aquí algunos ejemplos:

Una se documenta un aciago día de 1.523, cuando una solitaria fusta berberisca "apresó a tres porqueros y a dos guardas" en la playa de río Verde. Ese mismo año otras “cuatro desembarcaron cerca de Estepona y en la pelea que sostuvieron con la guarnición de la fortaleza murió un escudero”. Al año siguiente, fue de nuevo un navío corsario el que “capturó en la Torre de Baños a dos guardas y a dos pescadores del palangre, a pesar de que uno de ellos había advertido de la cercanía” del enemigo. Aun así, “los guardas de la torre omitieron hacer fuego de almenaras y fueron apresados junto con los dos marinos”.

SIGLO XV: ESTEPONA EN TIEMPOS DE LA DESMOCHADA

Esta alarmante situación de inseguridad preocupaba hondamente a don Alonso de Bazán y a buen seguro que algunos de los largos atardeceres de verano que pasaba en su hacienda de Guadalmansa bajaría hasta las arenas de la playa para contemplar, con cierta pesadumbre, los restos de una antigua atalaya musulmana conocida como la Desmochada

Con ese nombre la llamaron los primeros castellanos asentados en la comarca, por haberla encontrado semiderruida cuando se produjo la rendición nazarí; aunque sus inicios como torre de vigilancia se remontan hasta el siglo X, en plena época califal. A partir de ahí, debió de sufrir algún grave percance —posiblemente de tipo militar— que provocaría su ruina.

¡Oh, perdida atalaya!,
¿Qué tragedia sufriste en las alturas
vigilando la playa?

Seré yo quien la cante
e imagine en tu faz mora y sultana
al fuego de levante,
que entró por la ventana,
derribar tus almenas de mañana.

En ese lamentable estado la encontraría también el bachiller y Corregidor de Málaga Juan Alonso Serrano, cuando vino a estas tierras en el año 1.492 comisionado por los Reyes Católicos para supervisar el estado de las fortalezas y torres defensivas.

Persona minuciosa y detallista, este oficial real escribirá luego a la Corona, “indicando la conveniencia de levantar una torre medio derribada que está en la costa del término de Marbella”.

Mientras tanto, Estepona pasaba quizá por los momentos más oscuros de su historia desde que en mayo de 1.456 la antigua medina nazarí hubiera sido tomada por las tropas de Enrique IV, para que el rey se la cediera inmediatamente después a su consejero y amigo personal Juan Fernández Pacheco, el famoso marqués de Villena.

Mediante el llamado Privilegio de Homicianos, el noble intentaría repoblarla con desterrados y gente de baja calaña, que pactaban asentarse temporalmente en este aislado y peligroso baluarte fronterizo a cambio de redimir su pena. Sin embargo, la empresa no llega a buen puerto y Pacheco devolvería la gestión de la villa a la Corona.

Sorprendentemente, en mayo de 1.460 el rey Enrique IV envía una carta al Concejo de Jerez en la que ordena su completa demolición. Amén de otras oscuras razones, el alto coste económico que suponía su mantenimiento —80.000 maravedís cada dos meses— habría conducido quizá al monarca Trastámara a tan drástica decisión:

"Es ahora mi merced que, en dicha villa, todas sus torres, la cerca que la rodea, las casas, los muros y los adarves sean derribados, demolidos y puestos por el suelo.

Os lo ordeno a todos y cada uno de vosotros, de tal manera que en Estepona no pueda prestarse de ahora en adelante servicio alguno. Igualmente he de advertiros que, si alguien hiciese algo contrario a esta ordenanza, se le privará de su oficio y se le confiscarán todos sus bienes".
(Texto adaptado)

Enrique IV de Castilla
(Fuente: Pinterest)

Poco tiempo después de tan rotunda misiva, varias cuadrillas de hombres venidos expresamente desde Jerez comenzaron a demoler a pico y pala este pequeño bastión hasta convertirlo, siguiendo las palabras de nuestro arqueólogo municipal, "en un solar en ruinas".



¿Dónde están tus murallas centenarias?
las casas, la alcazaba nazarí...
¡Bastión de desterrados y de parias!,
¿Qué ejércitos se alzaron contra ti?

Hoy yacen silenciosas tus ruinas;
y hasta el viento reprime su silbido,
con tal de no gritar por las esquinas
quién te empujó a la niebla del olvido.

De esta manera tan cruda aparece descrita Estepona en un legajo de la época: "No había ninguna población, ni torre ni edificio en el dicho lugar, sino que todo estaba llano". (Texto adaptado)

Así pues, convertida en un despoblado, la Corona decide entregarla en 1.488 a la villa de Marbella quedando por aquel entonces como simple refugio de atajadores, campesinos y ganaderos. Ante esas circunstancias, se entiende que el bachiller Juan Alonso Serrano incluyera a la torre desmochada dentro de la jurisdicción marbellí en el memorial enviado a los Reyes Católicos.

SIGLO XVI: LA NUEVA TORRE

De vuelta a la hacienda de don Alonso, el sueño del todopoderoso alcaide no era otro que ver construida allí una nueva atalaya; máxime cuando algunos latifundios cercanos habían podido prosperar al amparo de las torres defensivas levantadas en sus inmediaciones. Era el caso de los cortijos de Corominas y Cortesín, al oeste de Estepona, protegidos ambos por la torre de Arroyo Vaquero y pertenecientes a la familia de los Saravia, que había recibido de los Reyes Católicos grandes extensiones de tierras tras finalizar la Reconquista llegando a ser algunos de sus miembros alcaides de Casares.
    
Sabiendo esto, el hidalgo quiso poner fin de una vez por todas a esta coyuntura de continua inestabilidad y en 1.547 pidió por carta al futuro rey Felipe II la concesión de una Licencia Real para levantar de nuevo una torre almenara en sus tierras. Con ello, aumentaría indudablemente la seguridad de sus aparceros, redundando en una mayor producción de cereales; para que toda la comarca —incluida Estepona, cuya fortaleza ya había sido reconstruida— tuviera garantizado el abastecimiento de trigo y, por ende, de harina con la que amasar el pan.
    
Los argumentos del alcaide marbellí convencieron al monarca y la torre se comenzó a levantar en las inseguras playas de Guadalmansa sobre los cimientos de la antigua atalaya musulmana. Finalmente, Bazán se había salido con la suya y es probable que antes de 1.550 estuviera ya terminada porque su intervención fue decisiva para la comunicación con Marbella en los últimos ataques del corsario tunecino Alí Hamet contra la reconstruida fortaleza de Estepona, que tuvieron lugar durante ese año.
    
Respecto a su arquitectura, era de planta cuadrada y medía catorce metros de altura. La puerta de acceso estaba situada a siete metros del suelo y, como era habitual, se accedía a la misma subiendo por una escala que luego se recogía para evitar ser asaltada por los enemigos. Había sido levantada con cantos rodados procedentes del río y con sillares para adornar las esquinas, cogidos de un antiguo asentamiento romano ubicado a sus pies cuya existencia ha llevado a los historiadores a creer que la torre pudo haber existido ya como faro para la pesca de almadraba en la época fenicia y luego con los romanos, cuando la península ibérica era conocida como Hispania.

Incluyo, a continuación, el siguiente vídeo realizado por el ayuntamiento de Estepona, en el que se explica el origen de ese primitivo asentamiento donde se edificaría la primera torre.


Y, de paso, os dejo otro puñado de versos extraídos de un poema que compuse hace algún tiempo donde se alude a la época romana de la torre:

¡Bella musa romana!,
¿Cuántas huellas se hunden en los siglos
de tu edad más temprana?

¡Blanca luz en la bruma!,
¡faro ancestral como el de Alejandría!,
¿no hubo en Hispania pluma,
aun siendo flor de un día,
que evocara tu estampa en la bahía?

EL HOMBRE

Sabed también que el protagonista de nuestra historia, don Alonso de Bazán, estuvo casado con doña Beatriz de Segura en un matrimonio de conveniencia que le reportó la alcaidía de Marbella y al mismo tiempo le provocó una honda desdicha. Cuenta Catalina Urbaneja que " la ocasión le llegó de la mano de Antonio de Villaverde. A cambio de contraer nupcias con su hijastra Beatriz, le entregaría una regiduría vitalicia en el cabildo. Y así lo hizo. Las razones de este acuerdo son fáciles de imaginar pues la mujer tenía un hijo —Juan de Alfaro— a cuyo padre jamás se menciona". Con ella tuvo luego a Alonso, que murió pronto; y, fruto de sus frecuentes relaciones extramatrimoniales, otros dos ilegítimos (Juan y Fernando).

Obsesionado por mantener su linaje y patrimonio, Bazán consiguió legitimar a sus dos hijos bastardos antes de redactar su testamento; pero uno de ellos falleció también poco después en trágicas circunstancias cerca de esta torre, que tantos desvelos le había provocado. Así lo cuenta él mismo en su testamento, analizado en profundidad por la historiadora istaní: “de mi malogrado e bienaventurado Juan de Bazán, mi hijo, que después de este escrito lo mataron los moros de una saetada por salvar la vida de siete hombres que estaban trabajando en mi molino de Guadalmansa”.

Después de tanto soñar
con aquella excelsa torre
en tu cortijo,
¡Cuán amargo despertar
viendo a la muerte que corre
tras tu hijo!

Tras este doloroso trance, el alcaide continuó gobernando la fortaleza hasta el final de sus días, rodeado en todo momento de sus fieles servidores y de su familia, aunque lo cierto es que Alonso de Bazán fue siempre un hombre solitario. Y así, en soledad, le sorprendió un día la muerte; pues, al parecer, enfermó tan repentinamente que ni siquiera pudo llegar a recibir las atenciones de un médico mandado venir expresamente desde Málaga y que conocería la noticia de su fallecimiento camino de Marbella.

Torre de Guadalmansa
En la imagen puede apreciarse un escudo esgrafiado sobre la puerta,
testimonio de las restauraciones del siglo XVI.
(Fuente: Wikipedia)

OTRA VEZ ESTEPONERA

En el siglo XVII fue conocida también como torre Mocha y, cuando posteriormente Estepona obtuvo su ansiada carta de villazgo bajo el reinado de Felipe V, el hermoso baluarte de Guadalmansa, nacido por la iniciativa privada del hacendado Alonso de Bazán, pasaría por fin a formar parte de nuestro patrimonio histórico luciendo su majestuosidad desde entonces para orgullo y disfrute de todos.

¡Torre de Guadalmansa,
bermejas son tus piedras y la sierra
que a tu espalda descansa!

¡Sal, rosa esteponera,
que ha llegado, después de un largo invierno,
tu nueva primavera!


BIBLIOGRAFÍA

  • CABRILLANA CIÉZAR, NICOLÁS. La defensa costera del reino de Granada: la iniciativa privada
  • CILNIANA. Antiguo sistema defensivo. Torres, Fortalezas y Castillos de la costa occidental malagueña
  • ROJO, TEO. Historia de Estepona. Volumen II
  • RUIZ POVEDANO, JOSÉ Mª. Problemas en torno a la reestructuración del aparato militar defensivo en el occidente granadino a fines del siglo XV
  • URBANEJA ORTIZ, CATALINA. El secuestro del Velerín por los corsarios (Diario sur)
  • URBANEJA ORTIZ, CATALINA. El alcaide Alonso de Bazán (I) y (II) Artículos publicados en diario Sur.
  • URBANEJA ORTIZ, CATALINA. El inventario post mortem de Alonso de Bazán, Alcaide de la fortaleza de Marbella. Universidad de Málaga
  • Real Academia de la Historia
  • Fuentes históricas jerezanas: Documentos de Enrique IV de Castilla (1454-1474). Nota: El fragmento de la carta del rey Enrique IV incluido en esta entrada es una adaptación de la carta original.
  • Web de Turismo de la Diputación de Málaga
  • Ayuntamiento de Estepona. Vídeo explicativo sobre la villa romana de Las Torres
  • Entrada de facebook (Autor: Sampedro Romero)
  • Poemas: Manuel Guerrero Gómez


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