Alí Hamet (III): La batalla de Salada Vieja

Piedra de la Paloma vista desde la parte de Estepona
Fue uno de los escenarios previos a la batalla de Salada Vieja.
Por su orilla pasó la hueste que Alí Hamet había desembarcado
el día anterior en Sabinillas con la intención de asaltar nuestro pueblo.
(Pintura acrílica realizada por José Pérez Parrado)

NOTA PREVIA

Estimado lector, para la reconstrucción de los acontecimientos que ahora vamos a relatar en esta nueva entrega sobre el corsario Alí Hamet, he tomado como principales referencias el tomo 47 del investigador esteponero Francisco Javier Albertos, titulado El ataque a Estepona de Aliamate, año 1545 —está disponible en la Biblioteca del Centro Cultural Padre Manuel—, así como el volumen II de la Historia de Estepona, de Teo Rojo. Sin esta valiosa información no habría sido posible escribirla, así que vaya por delante mi reconocimiento a ambos autores por su gran labor documental.


EL INGENIO DEL DUQUE DE ARCOS

Centrándonos ya en este segundo ataque del corso, los hechos dieron comienzo un 31 de julio de 1.545 al oeste de nuestro pueblo, concretamente en un pequeño asentamiento localizado en el término de Casares y conocido entonces como la Sabinilla.

Había allí una plantación de cañas de azúcar y un molino propiedad del duque de Arcos (don Rodrigo Ponce de León) situado “a media legua de la mar” y dedicado a obtener el preciado jugo de las también conocidas como cañaduz. Funcionaba el mismo gracias a una acequia colindante que canalizaba el agua desde el río Manilva, de ahí que esta primera fábrica fuera un Ingenio; en cambio, si el molino disponía de tracción animal, se le denominaba Trapiche.

Desde las primeras décadas del XVI y "aprovechando el buen clima de la costa mediterránea", esta familia de la nobleza castellana había decidido ampliar su dehesa de Guadiaro comprando más tierras a particulares por la zona de Manilva y Casares para dedicarlas a ese cultivo. Y así fue como en poco tiempo los cañaverales se extendieron "desde las orillas del Mediterráneo hasta las estribaciones de la sierra". 


Restos del Ingenio Chico de Manilva, construido posteriormente entre los siglos XVII y XVIII
(Fuente: El azúcar en la provincia de Málaga)

En toda la costa del reino de Granada, la caña se sembraba en marzo y demandaba abundante riego. Previamente se tenía que abonar el terreno con estiércol y escardarlo con asiduidad para evitar la proliferación de las malas hierbas. Durante su crecimiento, también había que estar muy pendiente de que el ganado de la zona no entrase en los cultivos —la caña dulce era un exquisito manjar para las vacas— y de que no apareciesen plagas de ratones o gusanos. Y cuando llegaba el momento de la recogida, los conocidos como desburgadores se encargaban de mondarlas quitándoles el cogollo y las hojas. A continuación, tocaba llevar el género al ingenio para la molienda y el prensado hasta culminar luego todo el proceso en los hornos con la cocción y la posterior cristalización, siempre bajo la supervisión de los maestros de azúcar.

Fábrica de azúcar del siglo XVI. Grabado de Johannes Stradamus
(Fuente: Alamy)

Siendo ese el funcionamiento habitual de los ingenios, la fábrica de la Sabinilla garantizaría sin duda la presencia de repobladores cristianos en la franja litoral casareña, muy necesaria para hacer frente a los temidos berberiscos, que solían desembarcar con cierta frecuencia en una cala cercana llamada el Salto de la MoraDe ahí que el rey Carlos V, conocedor de la peligrosidad de la zona a través de un Memorial enviado a la corte, hubiera ordenado al duque, que también ostentaba entre otros el título de conde de Casares, repoblar el lugar con 50 o 60 vecinos y edificar allí una torre defensiva con foso, puente levadizo y barbacana.

La construcción de la atalaya se acometió inmediatamente, pero ya lo dice el refrán: las cosas de palacio...; de modo que solo se levantó una planta al nivel del terreno y la repoblación tampoco se llevó a cabo a las primeras de cambio. Habría que esperar aun hasta principios del siglo XVII para ver acabado este hermoso baluarte bautizado posteriormente como torre de la Sal.

Torre de la Sal (costa de Casares)
Fuente: Wikipedia



Torre de la Sal
(Ilustración de Telesforo Zabala)

Respecto a su ubicación, la torre estaba situada en un pequeño cabo rocoso cuya punta acantilada penetraba en la mar rodeada de bancos de arena y piedras, lo que hacía difícil la navegación en sus inmediaciones, sobre todo cuando el levante arreciaba. Cabe recordar también que al oeste existía ya la de Arroyos dulces o la Duquesa y, más a poniente, la torre vieja de Chullera; mientras que al este, camino de Estepona, se erguía la de Arroyo Vaquero.

Vista cenital de la torre y el cabo rocoso en la que está ubicada
(Cortesía de Manuel Moreno. Drone Estepona)

Desde otro ángulo
(Cortesía de Manuel Moreno. Drone Estepona)

Así pues, debido a los frecuentes precedentes de desembarcos berberiscos, podemos afirmar que, a mediados del siglo XVI, asentarse en el litoral casareño era, al igual que en Estepona, una tarea de riesgo, tanto que el citado Ingenio de azúcar del duque de Arcos acabaría desapareciendo en 1.554 debido al fracaso de su repoblación. Sin embargo, nueve años antes, cuando tuvieron lugar los hechos de los que ahora nos ocuparemos, esta explotación agrícola se hallaba todavía a pleno rendimiento, como lo refleja el siguiente texto:

Porque de estar el dicho ingenio de azúcar en el dicho término a causa de la mucha gente que estaba en él se aseguraba mucho toda la tierra de los moros. Pasados quince días viernes luego siguiente postrero del mes de julio (31-07-1545) vino el dicho Aliamate a tierras de Casares y saqueó el yngenio de açucar del Duque de Arcos y cautivó mucha gente”.

(Pleito del duque de Arcos con la ciudad de Marbella, Archivo Histórico Nacional, Sección Nobleza, Osuna, C. 153)

Marbella en el siglo XVII. Pedro Teixeira (Atlas del rey Planeta)

Desde 1.535 los regidores de Marbella, la mayoría ganaderos, habían iniciado un pleito judicial contra el duque de Arcos. Sus intereses chocaban directamente con los del noble: sus plantaciones de azúcar impedían el paso de los rebaños, no se podían usar muchos tramos de los ríos como abrevadero al estar sus aguas destinadas al riego y los nuevos pobladores manilveños y casareños cercaban sus parcelas impidiendo el paso del ganado por las cañadas. Con anterioridad, los marbellíes siempre habían trasladado sus rebaños hasta esta zona destinada a los pastos comunales desde la época de los Reyes Católicos. 
 
El párrafo anterior no admite lugar a dudas. De nuevo, nuestro conocido corsario Alí Hamet hacía acto de presencia por estas costas apenas quince días después de su primer intento de saqueo en Estepona. Y no ha de extrañarnos, pues ya es bien conocida a estas alturas por todos la obsesión que tenía el otrora gobernador de los Gelves en asaltar la villa.

Por si queréis recordar sus anteriores "visitas" a Estepona, os dejo los enlaces a los dos artículos que he dedicado en mi blog a este singular personaje.

AHUMADAS DE REBATO

Evidentemente, el desembarco y la posterior incursión de los corsarios en el Ingenio de azúcar no pasaron desapercibidos para los atajadores esteponeros y casareños que peinaban habitualmente la zona. Es más, debió de liarse una buena en el fondeadero de Sabinillas cuando  tomaron la playa y se dirigieron ladera arriba hasta las plantaciones de cañaduz saqueándolo todo y secuestrando a quienes encontraban a su paso. 

Por todo ello, la respuesta cristiana fue inmediata y ese mismo día, citando ahora las palabras del historiador Teo Rojo: "se llenó la costa de ahumadas de rebato, que, de torre en torre, llevaron la noticia hasta Marbella", donde se concentraban las tropas de la Capitanía General de Granada, encargadas de proteger el litoral occidental malagueño.

La gente de guerra de dicha ciudad partió de inmediato hasta Estepona y aquí pasaron la noche como pudieron, parapetados tras las gruesas murallas de la fortaleza para que los turcos, cuando llegaran, no se percatasen de su presencia. En total se habían juntado casi cuarenta jinetes capitaneados por Francisco de Maraver y Ginés Rodríguez.


LA LLEGADA DE LAS GALERAS

A la mañana siguiente, sábado uno de agosto, con las primeras luces del amanecer, las temidas galeras de Alí Hamet se presentaron al fin frente a la villa. Eran tres, navegaban delante de los muros mostrando un estandarte colorado y con sus tripulantes dando grandes alaridos para intimidar a la población. Extramuros, no quedaría un alma: las jábegas permanecerían varadas en la orilla y los campesinos del arrabal habrían abandonado también sus viviendas la noche antes para refugiarse en el interior de la fortaleza. Tan solo las gaviotas, apostadas en la orilla, contemplarían impasibles la llegada de la flotilla. Mientras tanto, en el interior del baluarte, los esteponeros se encomendaban a Dios y a todos los santos a la espera de que las tropas de refuerzo fueran de nuevo suficientes para frenar a los piratas norteafricanos. Lo cierto es que no iban a tardar mucho en salir de dudas.

Siguiendo la contrastada información del investigador esteponero Francisco Javier Albertos, había quedado demostrado una vez más que "la villa era muy fácil de atacar por mar, porque su fondo permitía acercarse bastante a tierra sin tocarlo, siendo simple desembarcar a la gente atacante y pudiendo ser alcanzada por la artillería". En cambio, "no pasaba lo mismo en Marbella. Los navíos habían de permanecer bastante alejados, quedando la ciudad fuera del alcance de los disparos de la época". Pero sigamos, porque los acontecimientos se sucedían uno tras otro sin apenas tregua. 

Se tenía constancia de que Alí Hamet también había ordenado el día anterior desembarcar otra bandera de turcos con un estandarte rojo en la playa de la Sabinilla para que se dirigiesen hasta Estepona por tierra. Así fue: la noticia se terminó confirmando la mañana del sábado, cuando la tenue silueta de un jinete comenzó a dibujarse cada vez más nítida conforme se acercaba por el camino de poniente hasta los muros del fuerte. Era el atajador Francisco de Alarcón que, proveniente de la torre de Arroyo Vaquero, traía datos más precisos: concretamente, eran ciento diez musulmanes, entre escopeteros y flecheros, los corsos que llegaban ya a esa hora por Salada vieja. Y casi pisándoles los talones, tras dejar atrás el lomo de Corominas y la caleta de Guadalobón, gentes de Casares y Jimena, que habían acudido también al rebato dado el viernes, intentando darles alcance.

Torre de Arroyo Vaquero
Está situada en la urbanización Bahía Dorada y ya existía en tiempos nazaríes.
En unas instrucciones de 1530 se pretendía que la dotación de la torre fuera de dos guardas.
 Arriba de la carretera se encuentran los restos de otra torre.
(Autor de la imagen: Tomás Rodríguez Mielke)

Mientras tanto, las tropas de refuerzo marbellíes continuaban a cubierto tras las murallas viendo como las naves turcas pasaban de largo y se dirigían hasta las inmediaciones de Cala Pacheco para, una vez allí, desembarcar una escuadra a "dos o tres tiros de arcabuz de las murallas". La estrategia enemiga comenzaba a estar tan clara como las primeras luces del día: ¡Era una encerrona e iban a intentar rodear el pueblo y atacar por ambos lados!


EN LAS VIÑAS DE CALA PACHECO

Los corsarios, tras pisar por segunda vez en quince días la rada esteponera, se atrevieron ahora a subir playa arriba desde las galeras hacia unas fértiles viñas que en aquel tiempo había a levante y que, por ser primeros de agosto, tenían las uvas a punto de madurar. Alcanzados los viñedos, es de suponer que se dedicarían a hacer todo el daño posible destrozando las vides y arrancando los racimos de los sarmientos. El siguiente objetivo de la hueste turca eran ya las murallas del pueblo. Pero la reacción de los nuestros no se hizo esperar y la aguerrida caballería salió a su encuentro dispuesta a pararles los pies como fuera. 

Viéndose sorprendidos por el contraataque, los moros abandonaron a toda prisa "las uvas y las armas" y se pusieron a salvo a bordo de sus naves para, seguidamente, iniciar desde allí un intenso bombardeo contra el fuerte con sus cañones de cruxía. 

Con la andanada enemiga, el escenario de la batalla debió de cambiar por completo. En cuestión de minutos, los gritos de los  contendientes y el trote de los caballos darían paso al feroz estruendo de las piezas de artillería desde las cubiertas de las galeras; y una lluvia intermitente con proyectiles de gran calibre comenzaría a sobrevolar el rebalaje para impactar cerca de los muros provocando que las gaviotas remontaran el vuelo hasta alejarse de aquel infierno en el que se habría convertido la playa. Del mismo modo, los jinetes cristianos se batían también en retirada buscando la protección de la fortaleza.

No cabe duda de que la situación era cada vez más complicada: a levante, el fuego de la armada turca frenaba cualquier posible intervención; a poniente, las hordas de Alí Hamet continuaban su inexorable avance por tierra; y, para colmo de males, el capitán de caballos, Francisco de Maraver, en medio del ajetreo, se había visto afectado por un fuerte dolor de riñones que le impedía prácticamente cualquier movimiento. 

Había que cambiar de estrategia y el tiempo apremiaba, así que Maraver optó por ceder temporalmente el mando a su sobrino Alonso dándole instrucciones precisas.

Poco después, treinta jinetes con el joven alférez a la cabeza dejaban atrás la fortaleza por el flanco oeste y se lanzaban contra el centenar de corsarios que, armados hasta los dientes, asomaban ya por la playa del Cristo "con una bandera de tafetán encarnado".

LA BATALLA DE SALADA VIEJA

¿Quién nos lo iba a decir? Esa tranquila rada a resguardo del azote de los vientos y rodeada hoy de edificaciones turísticas, fue hace casi quinientos años el escenario de un singular episodio bélico que, de haber sido protagonizado por ingleses o americanos, habría acabado seguramente inmortalizado en alguna novela, película o serie para disfrute y orgullo de sus compatriotas.


Playa de Estepona con la vista del peñón de Gibraltar. Autor: Fritz Bamberger
(Fuente: Colección Carmen Thyssen)

Mil y una ideas, a cual peor, debieron de pasar por la cabeza del alférez cuando vio a lo lejos aquella turba desbocada. Pero, lejos de amilanarse, el joven Alonso le echó redaños y decidió hacerle frente a la situación. 

La inferioridad numérica de los nuestros era evidente; aunque también contábamos con algunas bazas a favor; entre ellas, una posición elevada y la mayor movilidad y empuje que suponía disponer de tropas a caballo. Desde luego, Maraver se propuso aprovecharlas y, para ello, lo primero que hizo fue dividir a sus escuderos en tres escuadras. La primera, situada a la vanguardia y compuesta por once hombres, arremetió ferozmente con él al frente contra la formación enemiga y consiguió desbaratarla y tomar la playa.

Cuentan las crónicas que, seguidamente, el joven ordenó a los suyos revolverse y atravesar de nuevo las filas sarracenas en dirección contraria invocando a Santiago hasta alcanzar de nuevo la parte más alta, donde se le unió una segunda escuadra de jinetes para volver a repetir la carga. Así, con esa determinación, fueron partiendo a los turcos en dos mitades y ya luego, con los treinta caballeros juntos, lograron empujarlos "de arrancada" hasta la mar.

A cada embestida, los enemigos irían perdiendo más y más efectivos, ya fuera arrollados por el ímpetu de los caballos, atravesados por las afiladas lanzas cristianas o quizá con algún arcabuzazo en el pecho. De modo que, en un santiamén, el pasillo abierto por la caballería se convirtió en una trampa mortal para la mayoría de aquellos berberiscos, que exhalaron su último aliento pisando tierra de infieles.

Mientras tanto, Alí Hamet había arribado a Salada Vieja con sus galeras desde Cala Pacheco. Y, con el propósito de ayudar a la castigada infantería, ordenaba poco después echar a tierra otra compañía de turcos portando ahora una bandera azul sin que los cristianos, en el fragor del sangriento combate, se apercibieran del desembarco.

Pero ocurrió que, cuando los recién llegados "se acercaron y vieron que sus correligionarios estaban rotos, no se atrevieron a atacar y volvieron a sus naves". De nuevo, quedaban al descubierto los errores de estrategia del cada vez más desconcertado arráez turco, que primeramente había echado en tierra a su gente al este del pueblo antes de que el resto llegara desde Sabinillas —gracias a eso, los españoles, no teniendo que dividir sus tropas, habían podido defenderse por los dos flancos de forma sucesiva y no simultánea —; y ahora pecaba quizá de un exceso de prudencia, pues podría haberse aprovechado del factor sorpresa. 

Volviendo al relato, los escasos supervivientes de la playa, cada vez más arrinconados por los cristianos "se metieron en la mar intentando escapar de la muerte" y "se guarecieron en unas peñas que estavan dentro, en lo hondo"; adonde permanecieron literalmente con el agua al cuello y soportando tal vez una lluvia de saetas enemigas hasta que, pasado un tiempo, que debió de parecerles una eternidad, pudieron ser rescatados por la cercana flotilla de Alí Hamet.

Seguidamente, las galeras turcas se alejaron mar adentro huyendo de un escenario que en esos momentos debía de ser dantesco, con los cuerpos de sus compatriotas tirados ladera abajo, en la arena de la playa o flotando incluso junto a la orilla y tiñendo de rojo las aguas esteponeras. Y en medio de tal sangría, soldados cristianos luciendo orgullosos el estandarte rojo arrebatado al enemigo, decapitando cadáveres y rematando a aquellos desdichados que aún agonizaban.

Sea como fuere, en total más de setenta turcos perecieron aquel uno de agosto en el combate y ocho fueron capturados con vida. En cambio, por el bando cristiano, solo hubo que lamentar seis heridos y la pérdida de un escudero llamado Francisco de Morales Navarrete. En la refriega cayeron también siete caballos, entre ellos el del propio alférez Alonso de Maraver "herido en el pescuezo por junto a los espondiles, de un escopetazo".


LA VENTA DE LOS PRISIONEROS 

Tras la batalla, la tropa descansó ese día en Estepona y el domingo partió de vuelta a Marbella, adonde se celebró la victoria con una misa de agradecimiento a Dios. Se cuenta en las crónicas que los soldados regresaron con "muchas cabezas de turcos" —algo que hoy en día podríamos considerar como una salvajada, pero que en aquellos tiempos se hacía para amedrentar al enemigo— y la bandera de tafetán encarnado" que habían portado estos, la cual se puso en la capilla de la Santísima Trinidad de dicha ciudad.

Respecto a los ocho prisioneros, la información que he encontrado en los escritos cedidos a la biblioteca municipal por Francisco Javier Albertos es interesantísima. En estos se cuenta que se había ordenado el traslado de los mismos para su posterior venta en Almoneda y que, con el dinero recaudado, se haría el repartimiento entre los que tuvieran derecho a cobrar por haber participado en la cabalgada. Pero tres de los moros estaban heridos y no pudieron hacer el viaje: uno, de nombre Abrahen, tenía un tajo en la cabeza; el segundo se llamaba Alí y le habían asestado dos cuchilladas también en la cabeza, una lanzada en la espalda y otra en el brazo; y el último, Lasien, presentaba igualmente una lanzada penetrante en la espalda. 


Esclavo negro con pellejo de vino en Castilla.
Trachtenbuch. Christoph Weiditz
(Fuente: Paisajes sonoros históricos)

Se da detalle incluso de los gastos originados por el cuidado y la manutención de estos hombres durante su periodo de convalecencia. Entre los mismos se desglosan conceptos tales como varias compras (de harina, alguna gallina o pollo, un carnero, pasas, tres sábanas para vendas...), las visitas del médico y las medicinas o los gastos de desplazamiento, entre otros. Eso sí, una vez curados, no hubo misericordia con ellos y fueron enviados también a Granada por orden del conde de Tendilla. 

En total se recaudaron 84.337 maravedíes por la venta de todos los prisioneros. Dos tercios irían destinados para los cuarenta escuderos del capitán Francisco de Maraver y uno, a los vecinos de Jimena. Pero dicho reparto suscitó las protestas de los escuderos a cargo del capitán marbellí. Algunos testificaron respecto a los jinetes venidos de poniente que "cuando llegaron, la refriega ya había acabado" y que "de los doce turcos que tenían prisioneros y maniatados en la trahílla, mataron a cuatro sin causa alguna".

Finalmente, se decidió conceder a los jimenatos la parte acordada en el reparto. Para ello fueron otorgados poderes a un tal Alonso García; pero este repartió solo 18.750 maravedís, en lugar de los 28.112 estipulados, poniendo como excusa que se había guardado parte del dinero por si había que pagar también a los de Casares, aunque todo hace suponer que se trataba de un sinvergüenza. A la postre, el "previsor" administrador de los fondos se enrocó tanto en su porfía que las autoridades tuvieron que obligarle a proceder al abono completo de la cantidad estipulada. 

CONCLUSIÓN

Así, de esa manera tan prosaica finalizó este importante episodio bélico que tuvo lugar muy cerca de la fortaleza. La batalla de Salada Vieja —o Celada Vieja— fue el segundo ataque que sufrió Estepona a manos del corso Alí Hamet. Pero no acabarían ahí sus violentas incursiones por estas aguas; la historia continuaría cinco años después.


BIBLIOGRAFÍA
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    • CABRILLANA CIÉZAR, NICOLÁS. El problema de la tierra en Málaga: pueblos desaparecidos. Málaga 1993
    • ROJO, TEO. Historia de Estepona. Volumen II: Edad Moderna. Los Reyes Católicos y los Austrias.
    • SÁEZ RODRÍGUEZ, ÁNGEL J. El proyecto de Carlos I para el Salto de la Mora, Casares (1528). Almoraima. Revista de Estudios Campogibraltareños, 55. Otoño 2021
    • VIÑA BRITO, ANA. Ordenanzas sobre el azúcar de caña en el siglo XVI. Un análisis comparativo
    • Pleito del duque de Arcos con la ciudad de Marbella, Archivo Histórico Nacional, Sección Nobleza, Osuna, C. 153 




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