Alí Hamet (I): Prisionero en el castillo de Estepona

Turgut Reis, más conocido como Dragut, fue un famoso corsario y
almirante otomano, coetáneo de Alí Hamet.
(Fuente: Herramientas prácticas)

EL MIEDO AL CORSO

Si pudiéramos viajar en el tiempo hasta mediados del siglo XVI para preguntar a los escasos esteponeros de entonces cuáles eran sus peores pesadillas, la mayoría de ellos nos confesarían sin pudor como muchas noches se despertaban de madrugada angustiados y con un sudor frío a la altura de la nuca; mientras en sus cerebros permanecía grabada a fuego la siniestra imagen de un corsario desembarcando en la playa de la Rada.

El historiador Pedro Barrantes lo describía como un hombre grueso y tullido, además de muy entendido en las cosas de la mar. Quizá los nuestros, guiados por los desvaríos del miedo, añadieran a su retrato una mirada torva, barba enmarañada, el rostro de color moreno y, atravesada desde la mejilla izquierda hasta la sien, una gran cicatriz que se hundiese violentamente en la piel. Llevaría, asimismo, turbante cubriéndole la cabeza y, entre otras armas, una amenazadora daga en la mano derecha.

Puede también que alguno de esos aldeanos se dirigiese en plena noche hacia la estancia de sus hijos, tan solo para asegurarse de que estos continuaban dormidos en sus camastros de paja, a salvo. Otros se arrodillarían sobre el frío suelo de adobe invocando la protección de la Virgen Santísima. Pero todos —absolutamente todos, sin excepción— coincidirían en pronunciar a la mañana siguiente y con la voz entrecortada el mismo nombre: Alí Hamet.

La verdad es que debió de ser una generación acostumbrada al peligro desde la niñez. Y ya entonces el instinto de supervivencia los habría mantenido siempre con la guardia bien alta, sobre todo cada vez que se alejaban del castillo unos cientos de varas y llegaban hasta el rebalaje con sus inocentes juegos infantiles.

La mayoría seguro que regresaba poco después buscando la protección de las murallas; pero, en cierta ocasión, quizá alguno de ellos se despistase desoyendo las voces lejanas de sus compañeros advirtiéndole; y se quedara solo y ensimismado mientras lanzaba piedras contra la superficie del agua. 

¿Cómo reaccionaría entonces al vislumbrar mar adentro algo parecido al perfil de una vela corsaria? Seguramente el corazón le daría un vuelco y el niño en cuestión echaría a correr hacia la aldea mientras en su cabeza aun le resonaban las advertencias de su pobre madre: “Nunca vayas solo hasta la orilla; algunos no vuelven”.

SU LEYENDA

Es verdad que, en otras fuentes, al corso se le cita como Dalizamete, Aliamate, o incluso Dalí Amat. Da igual; sea como fuere, se referían al mismo argelino que quitaba el sueño a aquellos hombres y mujeres de antaño. Y era tal la obsesión generada en torno a su leyenda que muchas incursiones turcas se le atribuyeron a él erróneamente, como si tuviese el don de la ubicuidad o incluso de viajar a través del tiempo. 

Sin ir más lejos, el biógrafo de los Berrio lo menciona como el corsario que secuestra en 1503 al primer alcaide en la reconstruida fortaleza de Estepona, don Antonio de Berrio: "Una banda de corsarios africanos, de los que tanto abundaban en aquel tiempo, dirigida por Dalizamete y Zaramani, arribó junto a Marbella y echaron a tierra sus gentes". Pero lo cierto es que su primera llegada se documenta casi cuarenta años después de esa fecha.

Por otro lado, dejando aparte sus "visitas" a Estepona, tenemos también noticias suyas en 1551 por la carta que escribe desde Argel un renegado español llamado Gonzalo de Orbea, en la que manifiesta su deseo de regresar a España y dejar definitivamente los trapicheos corsarios con Dalí Amato —¿veis lo que os decía respecto a su nombre?—. Este le había ofrecido previamente una fusta traída de Turquía para armarla y dirigirse a Arseo. Pero Orbea se niega aduciendo que no tenía dinero para invertir en dicho proyecto.

EL SAQUEO DE GIBRALTAR

¡Vaya época más convulsa! Mientras las huestes de Carlos I luchaban en los campos de batalla de media Europa intentando ampliar las fronteras de nuestro vasto imperio, una plaga de aquellos piratas berberiscos, ávidos de riquezas y gloria, se extendía al mismo tiempo por todo el Mediterráneo atacando impunemente las costas del Levante español.

Con rápidas y precisas incursiones a bordo de pequeñas galeotas, y siguiendo fielmente las consignas del temido almirante otomano Jeireddín Barbarroja, causaban estragos en los asentamientos costeros y conseguían provocar una constante sensación de inquietud y zozobra entre sus pobladores.

Uno de sus líderes fue el citado pirata Alí Hamet, turco de nación y dicen que gobernador de Los Gelves, isla situada en las costas de Túnez y conocida por ser una de las principales bases de los otomanos hasta la mitad del siglo XVI. 

Acumulaba más de cuarenta años de experiencia en los mares de Levante, pero no conocía bien los de Poniente; de ahí que se hiciera acompañar por otro capitán al que todos llamaban Kara Mani (Caramaní), ducho también en las artes marineras y en otro tiempo esclavo del noble castellano don Álvaro de Bazán. 

Hechas las presentaciones y según recogen las crónicas, en la madrugada del nueve al diez de septiembre de 1540, ambos desembarcaron por sorpresa en la fortaleza de Gibraltar liderando una escuadra de dieciséis barcos y, aprovechando su indefensión por estar muchos hombres fuera vendimiando, la saquearon de arriba abajo capturando más de setenta prisioneros y un abundante botín.

LA BATALLA NAVAL DE LA ISLA DE ALBORÁN

Sin embargo, no quedaría impune su fechoría; pues la Armada española, capitaneada entonces por el almirante don Bernardino de Mendoza, conseguiría darles caza el uno de octubre en aguas cercanas a la isla de Alborán.

Grabado calcográfico anónimo de Bernardino de Mendoza
(Fuente: Wikipedia)

Ese día las escuadras española y turca se repartieron allí pólvora de la buena durante más de una hora; hasta que, tras la dura refriega,  Mendoza terminó embistiendo con la galera Bastarda a la nave capitana de los sarracenos rompiéndole muchos remos. Luego se lanzó al abordaje y al grito de “Santiago, Santiago. España, España. Victoria, victoria” los cristianos mataron a Kara Mani e hicieron prisionero a Alí Hamet atravesándole el muslo de un arcabuzazo.

El resultado final del combate no dejaba lugar a dudas: de los dieciséis barcos que componían la flota enemiga, diez fueron apresados; uno, hundido; y solo cinco lograron escapar. Murieron esa mañana unos mil turcos; y, por parte patria, se liberaron más de ochocientos cautivos, hubo ciento veintiocho bajas y una gran cantidad de heridos; entre ellos, el propio general Mendoza. Así describía el mismo su estado tiempo después de la batalla: "De la herida de la cabeza estoy ya fuera de todo peligro y después de averme remontado e sentido dos costillas fuera de su lugar que aun que en la cama tenia gran dolor en los pechos".

Don Bernardino marchó luego hasta la ciudad de Málaga, donde se le hizo un gran recibimiento; aunque según otra versión de Rodríguez de Ardila y Esquivias, citada por el investigador esteponero Francisco J. Albertos en su volumen El ataque a Estepona de Aliamate, "se dirigió a la ciudad de Almería y de allí a Granada con un gran cortejo compuesto por un escuadrón de caballos que, en su retaguardia, llevaba las banderas arrebatadas al enemigo, dos escuadrones de infantería, los dos mil cristianos liberados, la cabeza de Caramaní colgada en una lanza y luego a Daliamat, atados los brazos y montado en un caballo a la jineta".

Sea como fuere, nuestra Armada vengó durante aquella jornada la afrenta de Gibraltar con una victoria tan memorable como poco conocida. Y la sangre de aquellos marineros españoles fue el precio que hubo que pagar  para que, desde entonces, un minúsculo roquedal en medio del Mediterráneo pasara a formar parte de las Españas y apareciera en los nuevos mapas cartográficos del Imperio con el nombre de isla de Alborán.

Situación de la isla de Alborán (José María Pérez Arias)
(Fuente: El rincón de Sidi Ifni)


La isla debe su nombre al pirata tunecino apodado Al-Borany, que la utilizó como base
para el asalto de navíos mercantes y para sus ataques a las costas peninsulares,
si bien los musulmanes también la han denominado ombligo del mar.
Aparece ya en antiguas cartas de navegación como punto estratégico,
fondeadero, zona de descanso y encrucijada
en las rutas comerciales que unían Europa y África.
(Fuente: Alborán. Una isla española entre Europa y África)

RUMBO A ESTEPONA

Tras el regreso victorioso de la flota española, el corsario superviviente fue recluido provisionalmente en la fortaleza de Gibraltar, para decidir luego su traslado hasta el puerto de Cartagena, adonde se hallaba la base principal de la Armada. Pero como era ya costumbre cuando había rehenes de por medio, en lugar de ajusticiarlo, el general Bernardino de Mendoza pidió por él un cuantioso rescate valorado en cinco mil ducados.

De ese modo parecía que se iba a cerrar definitivamente el expediente de este glorioso episodio naval; sin embargo, no sería exactamente así; pues sucedió que, durante el traslado del prisionero, la embarcación encargada del mismo vino a hacer escala en Estepona. 

Nada se dice en las fuentes consultadas acerca del motivo de ese desembarco. Quizá hubiera que realizar alguna reparación o avituallamiento, o tal vez fuese a causa de un violento temporal que los obligara a refugiar la nave en la ensenada más cercana. En cualquier caso, no podían haber elegido peor momento.

Tan solo seis años antes del saqueo del Peñón —es decir, en 1.534—, el concejo de la villa de Estepona ya había expuesto a la Corona el lamentable estado en el que se hallaba nuestra fortaleza y la necesidad urgente de colocar piezas de artillería en las dos torres situadas "a la banda del mar" para hacer frente a las amenazas de allende. Poco tiempo después tendría lugar la visita del marqués de Mondéjar, cuyo informe posterior corroboraba todo lo anterior. 

Había que reparar los baluartes situados a los costados de la torre del homenaje, así como la que estaba sobre la puerta y la de la coracha, echando suelos y calzando su pretiles y almenas. Asimismo, se tenían que recalcar los muros y se debían comprar diez arcabuces a la mayor brevedad posible con todo su aparejo y la munición necesaria. Pero un año y medio más tarde se habían llevado a cabo solo algunas de aquellas reparaciones. Así pues, en una situación parecida debía de hallarse nuestro castillo en otoño de 1540.

Volviendo al día en que arribó la galera, un miembro de la guarnición costera, testigo directo de aquellos lejanos acontecimientos, contaría posteriormente como Alí Hamet pasó la noche custodiado en su interior; tiempo suficiente para percatarse del mal estado de las defensas y del escaso número de soldados que defendían la plaza.

Se estaba gestando una nueva oleada de asaltos corsarios nunca vistas sobre esta costa, que se iniciarían cinco años después y cuya consecuencia más destacada en Estepona fue la conocida como batalla de la Celada Vieja. Pero esa historia la contaré en otro capítulo. Antes, permitidme imaginar a través del siguiente poema cómo pudo haber sido aquel primer desembarco de Alí Hamet en Estepona.

Exploradores españoles reman en una bahía
(Fuente: Imagen de los archivos del estado de Florida)

LA PROMESA

Un esquife atraviesa el rebalaje
y encalla a solo un paso de la arena.
A bordo, un siniestro personaje
atado con grilletes y cadena.

Lo escolta un pelotón de arcabuceros
sabiendo que es el rey de Berbería;
pero hoy dormirá en suelo esteponero
hasta que raye el sol de un nuevo día.

Apenas a cien varas del castillo,
contempla su muralla destrozada;
y cuando está cruzando ya el portillo
esboza una sonrisa descarada.

Las viejas se santiguan a su paso
murmurando una eterna letanía,
y, mientras la luz mengua en el ocaso,
invocan a los santos y a María.

Encerrado en el nicho más oscuro
de este aislado y maltrecho baluarte,
medita regresar en el futuro
 y alzar en nuestras torres su estandarte.

Tras una larga noche en la atalaya
el alcaide ha ordenado su partida.
Seis guardias lo trasladan a la playa
con la mecha del odio ya prendida.

—¡Volveré como arráez de otra gran flota,
—estalla al fin llegando al pantalán—
que vengue en esta tierra la derrota
sufrida allá en las aguas de Alborán!

Se aleja Alí Hamet hacia otros puertos
dejando aquí un rescoldo de rencor,
y a un pueblo con los ojos muy abiertos
que suple sus carencias con valor.

Y a fe que cumplió el turco la promesa,
pues un lustro después de esa jornada
tres galeras fondeaban por sorpresa
sus anclas en la playa de la Rada.


BIBLIOGRAFÍA

  • ALBERTOS, FRANCISCO J. El ataque a Estepona de Aliamate, año de 1545 (2007). Volumen 47
  • DE GORBEA, GONZALO. Argel en el verano de 1551. Un arráez vasco en Argel con ganas de regresar a su tierra. Archivo de la Frontera
  • FEIJOO, RAMIRO. España corsaria
  • INSTITUTO DE HISTORIA Y CULTURA NAVAL. Jornada de Argel (1540-1541)
  • PAÑEDA RUIZ, JOSÉ MANUEL. Redescubriendo a don Bernardino de Mendoza
  • PÉREZ ARIAS, JOSÉ MARÍA. Alborán. Una isla española entre Europa y África
  • ROJO, TEO. Historia de Estepona. Edad Moderna. Los Reyes Católicos y los Austrias (volumen II)
  • Poesía: Manuel Guerrero


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