Entre Estepona y Casares: un relato de frontera

Casares. Jori Duran
Fuente: Artmajeur

Durante la segunda mitad del siglo XV, cuando toda nuestra comarca era un auténtico polvorín situado en plena frontera de los reinos castellano y granadino, tuvo lugar un curioso episodio relacionado con el comercio de aceite entre un tal Gonzalo de Bollullos, que aparece en unas actas citado como "mayordomo de Estepona", y unos musulmanes de Casares. Pero antes de entrar en detalle, quiero agradecer a Teo Atienza su inagotable labor documental acerca de nuestro querido pueblo; pues, gracias a él, he podido saber de este suceso en una tesis doctoral titulada Dinamismo social en el reino nazarí (1454-1501): De la Granada islámica a la Granada mudéjar, elaborada por Antonio Peláez Rovira y que contiene abundante información acerca de dicha época.

CONTEXTO HISTÓRICO

En el tramo final de la Reconquista, era algo habitual que por estos lejanos confines peninsulares se alternaran etapas de guerra abierta, en las que las huestes castellanas y nazaríes transformaban el paisaje en escenario de frecuentes escaramuzas; con otras de relativa tregua, durante las cuales predominaba la convivencia cotidiana entre moros y cristianos.

Paradójicamente, era en tiempos de paz cuando más asaltos, robos y cautiverios se producían entre los dos bandos; ya que, en los periodos de lucha, cada población permanecía al resguardo de su respectiva fortaleza; mientras que, en momentos de mayor tranquilidad, algunos vecinos se atrevían a dejar atrás las murallas y tenían lugar incluso ciertos trueques y otras actividades comerciales como la que ahora vamos a conocer.

He de explicaros antes que el fenómeno del cautiverio era entonces una práctica muy habitual por aquellos caminos y trochas solitarias, donde siempre se corría el riesgo de tropezar con gente de baja calaña dedicada a la captura de cristianos o musulmanes que se aventuraban a salir fuera de sus pueblos; ya que, tras el rapto, los captores podían obtener luego pingües beneficios al exigir a las familias o autoridades contrarias el pago de un rescate a cambio de su liberación —a veces, incluso llegaban a venderlos como esclavos—.

"Siempre se corría el riesgo de tropezar con gente de baja calaña..."

Cuando se producía alguno de estos secuestros, no solían intervenir en su resolución las lejanas autoridades de Castilla o Granada, enfrascadas en otros menesteres de mayor calado; y todo se gestionaba a nivel local entre los alcaides o caídes de las fortalezas implicadas. Igualmente, jugaban también un papel muy importante los llamados alfaqueques, una especie de intermediarios que llegaron a ser muy respetados por ambas partes; pues, gracias a unos salvoconductos, podían moverse con cierta libertad a través de los asentamientos fronterizos ayudando a la liberación de prisioneros y cobrando puntualmente por sus gestiones.

La historia que viene a continuación, hechas las aclaraciones pertinentes, se produjo después de 1.456, cuando Estepona estaba ya en manos cristianas; al tiempo que Casares permanecía todavía como bastión musulmán, y así seguiría hasta que fue entregada al duque de Cádiz en 1.485.

¡NEGOCIO A LA VISTA!

Por aquel tiempo había un mayordomo de Estepona —entiéndase el término como tesorero o administrador— llamado Gonzalo de Bollullos, quien había tenido al parecer gran honra en el pasado; pero que, por las circunstancias que fueran, podemos suponer que se hallaba ahora en una situación más precaria y había planeado vender a la vecina población musulmana de Casares doscientas arrobas de aceite.

Para tan delicada misión en territorio enemigo, al citado caballero se le ocurrió pedir primero una carta de recomendación al alcaide de Gibraltar, don Pedro de Vargas, informándole previamente de su proyecto; y este se lo comunicó a su vez a un alfaqueque que iba y venía a Casares cada dos por tres para que hiciera saber al alcaide musulmán y al resto de aldeanos las intenciones del mayordomo.

Gibraltar en 1.567 según dibujo del artista flamenco Van der Wingaerde
(Fuente: Europa Sur)

Pocos días después, cabalgando por un estrecho sendero entre profundos barrancos y escarpadas peñas, se presentó temprano en el castillo de Casares el tal Gonzalo de Bollullos acordando con sus habitantes, que ya tenían referencias de él, traer a buen precio un barco cargado con tinajas de aceite hasta Arroyos Dulces, playa, para más señas, situada cerca de donde está hoy el conocido Castillo de la Duquesa en Sabinillas.

EL ENGAÑO DE GONZALO DE BOLLULOS

Hasta aquí el negocio parecía discurrir según lo establecido, pues don Gonzalo puso luego al corriente al alcaide de Gibraltar de estas conversaciones mantenidas con los musulmanes y le informó también de que se dirigía a Sevilla a por el cargamento; pero —y me vais a permitir la licencia— no era aceite todo lo que parecía relucir en esta historia; pues, por lo visto, el individuo, más que caballero, resultó ser un hábil estafador, ya que no se dirigió en realidad a la ciudad hispalense, como había dejado dicho; sino que cruzó furtivamente las aguas del Estrecho en una galera hasta arribar al puerto de Alcazarseguir, plaza portuguesa muy próxima a Ceuta, llenando allí ciertas tinajas con agua y echándoles encima solamente una capa de aceite.

"Cruzó furtivamente las aguas del Estrecho hasta arribar al puerto de Alcazarseguir..."

En este punto del relato quiero hacer un pequeño inciso para comentar cierta coincidencia con el famoso episodio de las arcas de arena referido en el antiguo Poema castellano de Mío Cid, en el cual el héroe de Vivar engaña a dos judíos. Estos, movidos por la codicia de futuras ganancias, le habían dado previamente seiscientos marcos a don Rodrigo a cambio de guardar unos cofres con grandes riquezas que, en realidad, solo estaban llenos de arena. Aunque en nuestra historia, ni los nazaríes actuaban con la codicia de Rachel y Vidas, ni Gonzalo de Bollullos era un héroe. En las actas se le cita como "retraydo" y ello nos lleva a pensar que se tratara quizá de un desterrado que hubiera terminado en Estepona para redimir el castigo de un delito anterior; en cambio, en otras fuentes se dice que era gibraltareño y que tenía como compinches a una partida de almogávares de Alcazarseguir.

Y siguiendo ya con el transcurso de los hechos, sabed que al día siguiente arribó el estafador al lugar acordado con los casareños para la entrega de la falsa mercancía, desembarcando primero las tinas en la solitaria playa de Sabinillas y subiendo luego hasta la fortaleza para informarles de que todo estaba preparado para cerrar el trato.

El astuto Gonzalo de Bollullos, que tenía planeado hasta el más mínimo detalle, había querido adornar su pérfido plan con cierta parafernalia, poniendo para ello a la vista de los posibles testigos del desembarco aquellas cien tinajas de a dos arrobas cada una supuestamente llenas de riquísimo aceite de oliva.

Confiando en sus intenciones, bajaron con él hasta la costa seis casareños —entre ellos se citan en las actas gibraltareñas los nombres de Mahoma Buxidu y de su hijo Abrahim Tahale—; y cuando llegaron al paraje concertado una partida de compinches de Gonzalo de Bollullos, que debían de estar agazapados tras unos arbustos, los asaltaron con saña atándolos de pies y manos, metiéndolos en el barco donde antes habían venido y desplegando a continuación velas para regresar rápidamente a Alcazarseguir, donde los malhechores a buen seguro tenían prevista su venta como esclavos para repartirse posteriormente las ganancias.

Cuando llegaron al paraje concertado...


LA TENACIDAD DE PEDRO DE VARGAS

Unos días después, Mahomad Layya —que así se llamaba el caíd de Casares— bajó hasta Gibraltar con una pequeña escolta para pedir explicaciones a Pedro de Vargas acerca de la desaparición de sus hombres, sin saber aún que este había caído también en el engaño al igual que todos ellos.

Tras escuchar las quejas del indignado alcaide, su homólogo cristiano le prometió reparar tamaña injusticia y desde entonces puso todo su empeño en conseguir rescatar a aquellos pobres cautivos.

Inmune al desaliento, el gibraltareño movió Roma con Santiago para descubrir su paradero y, una vez que obtuvo las pistas suficientes, navegó desde el Peñón hasta la fortaleza de Ceuta y mantuvo allí conversaciones al más alto nivel con su gobernador, el conde de Villarreal, poniéndolo al corriente del engaño y consiguiendo localizar a cinco de los seis cautivos en dicha plaza.

Felizmente, los casareños pudieron regresar en la misma galeota del alcaide y fueron devueltos al castillo nazarí con gran regocijo de sus moradores. Pero, ¿Qué pasó con el sexto prisionero?

Castillo de Casares
(Fuente: Ayuntamiento de Casares)

Indagando aún más, Pedro de Vargas logró averiguar que Gonzalo de Bollullos se lo había llevado hasta Alcazarseguir para venderlo luego como esclavo a un vecino de Béjar; así pues, habiendo pisado de nuevo tierra en la península y sin que le temblara el pulso lo más mínimo, el alcaide ordenó que un hermano del estafador, que se hallaba también en Gibraltar, fuera entregado como rehén en prenda por el musulmán.

Cuentan que, ante el asombro de todos, lo llevaron hasta Casares con grilletes en las manos y que la familia del joven cristiano hubo de comprar a su nuevo dueño al sexto casareño para traerlo de vuelta y poder así canjearlo por su pariente. De ese modo tan expeditivo quedó zanjado el asunto definitivamente, tal era la rectitud y tenacidad del alcaide Pedro de Vargas.

"Lo llevaron hasta Casares con grilletes en las manos..."

Para que os hagáis una idea, las leyes internas entre aldeas fronterizas que gestionaban este tipo de conflictos se conocieron como derecho de prenda; y daban la capacidad necesaria al pueblo afectado de emprender represalias en el territorio del bando contrario con efectos similares a los ocasionados en el propio y por una cuantía equivalente.

Y así acaba este pequeño relato de frontera basado en unas actas gibraltareñas de finales del siglo XV, en las que se recogen las declaraciones de una serie de testigos de aquellos lejanos acontecimientos.

Llegó un día de Estepona un falso aceitero,
pues por sus tretas vemos que era un fullero.
Seis moros de Casares hubo cogido:
cinco fueron devueltos y uno vendido.
Respaldaba el derecho a Pedro de Vargas,
y no le tembló el pulso igualando cargas;
así, un hermano chico del malhechor
fue subido al castillo sin mucho honor.
La familia del preso compró al cautivo
para hacer luego el trueque definitivo.



BIBLIOGRAFÍA

  • LÓPEZ DE COCA CASTAÑER, JOSÉ ENRIQUE. Granada y la expansión portuguesa en el Magreb extremo.
  • PELÁEZ ROVIRA, ANTONIO. Dinamismo social en el reino nazarí (1454-1501): De la Granada islámica a la Granada mudéjar. Universidad de Granada.
  • POSAC MON, CARLOS. Documentos sobre Gibraltar en el Archivo de la Catedral de Málaga
  • Poema: Manuel Guerrero Gómez




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