Alí Hamet (IV): Un resplandor en la bahía

Un resplandor en la bahía

INTRODUCCIÓN

Estimados lectores, a través de esta nueva entrada del blog pretendemos hoy adentrarnos en la narración de otro significativo episodio en la historia de Estepona: el último de los cuatro dedicados a Alí Hamet. Se trata en esta ocasión de la llegada de una gran flota berberisca liderada por nuestro famoso corso a la bahía de Saladavieja en septiembre de 1.550. Y, para ello, junto a la información recogida en las crónicas y en varios trabajos de investigación, incluiremos algunas recreaciones que nos ayuden a la hora de componer el relato.

Recordemos que sus dos intentos de asalto anteriores habían acabado en un absoluto fracaso: en el primero, el corso se vería obligado a reembarcar a sus tropas ante la llegada de los refuerzos marbellíes; y el segundo, mucho más doloroso, concluyó con una aplastante derrota en la playa de Saladavieja, donde setenta de sus hombres perdieron la vida en un desastroso enfrentamiento contra la caballería cristiana. 

Así pues, la humillación sufrida en ambos ataques debió de avivar en el corazón de Alí Hamet una llama de rencor cuyo rescoldo se mantendría encendido a lo largo de los años, hasta que un lustro después se le presentara por fin una nueva oportunidad. 

LA ARMADA CORSARIA

Durante ese intervalo de tiempo, el poderío del imperio otomano por todo el Mediterráneo había ido en aumento y Alí Hamet, en particular, habría logrado medrar lo suficiente como para alcanzar en Argel mayores cotas de poder. Solo así se explica que para ese verano de 1.550 hubiera conseguido reunir una poderosa armada compuesta por veinticinco bajeles de guerra entre galeras y galeotas.

Cuentan las crónicas que, una vez pertrechadas las naves, ordenó a sus oficiales poner rumbo de nuevo hacia el estrecho de Gibraltar con la clara intención de "saquear y asolar Estepona". "Derecho a ella", se cita explícitamente; tal era la determinación del corso. 

Corsarios de Argel. Bridgeman
(Fuente: National Geographic)

Cada galera podía embarcar a más de doscientas personas entre la gente de cabo y la de remo —el tamaño y la capacidad de las galeotas se reducía a la mitad, aunque su maniobrabilidad era mucho mayor—; por tanto, no parece descabellado pensar que el número de miembros de aquella gran expedición que se dirigía a nuestras costas, incluyendo tripulaciones, gente de guerra y remeros, se acercara a los tres o cuatro mil hombres. 

Respecto a su armamento, la mayoría solía contar en la proa con algunas piezas de artillería: normalmente un cañón en el centro y dos lombardas a los lados; mientras que por las bandas se situaban los falconetes, más ligeros y de menor calibre, —el tiempo para cargar la munición oscilaba entre los cuatro y los seis minutos, dependiendo de la pericia de los marineros—. Y a todo esto había que sumar las habituales armas blancas de los corsarios: espadas, picas, cimitarras, puñales e incluso piñatas de líquidos incendiarios.

Asalto en el mar. Óleo de Van Eertvelt
(Fuente: National Geographic)

LA TRAVESÍA

Navegando con vientos favorables y llevando el velamen desplegado, la velocidad máxima de las galeras se acercaba a los ocho nudos, mientras que, con los remos, siempre bajaba un poco. 

Mientras tanto, a bordo de la nave capitana y en la soledad de su cámara de popa, el corsario turco se regodearía una y mil veces pensando que por fin había llegado el ansiado momento de vengar pasadas humillaciones. Más viejo y con la lección aprendida, nada ni nadie podría impedir ahora el ansiado asalto a la fortaleza.

Refieren los escritos que culminó la travesía “sin ser sentido en toda la costa”. Debió de mantenerse pues a una prudente distancia para evitar ser descubierto por las defensas enemigas. Así, con esa hoja de ruta y como si de un fantasma se tratase, "la víspera de nuestra Señora de setiembre", lograba alcanzar el litoral esteponero hasta fondear de madrugada en la solitaria bahía de Saladavieja en medio de una mar cada vez más rizada.

NOCHE DE LOBOS

"Era una noche negra", dice Teo Rojo en su segundo volumen de la Historia de Estepona, acaso sin luna, de esas que llaman de lobos y aparecidos... 

En ninguna de las atalayas que jalonan la costa se han percatado de su presencia; ni siquiera en la más cercana de Arroyo Vaquero, adonde están empezado ya a caer las primeras gotas de lluvia. Las siguen rachas de viento cada vez más fuertes que peinan la arena, chocan furiosas contra las paredes de la torre y se cuelan a través de la entrada revocando con agudos silbidos en la chimenea de la sala principal, para dirigirse luego hasta la azotea a través de una angosta escalera. Su terraza, a once metros de altura, se halla completamente a oscuras, sin un fuego de almenara que dé la voz de alarma tras la temprana llegada de los turcos. Más arriba, un cielo cubierto por un invisible manto de nubes presagia tormenta. 

Fuego de almenara en la azotea de una torre de vigilancia
(Fuente: desconocida)

Acerca de esta hermosa atalaya, sita en la urbanización Bahía Dorada, las primeras instrucciones  de 1497 le asignaban dos guardas: uno debía quedarse allí y el otro iría atajando la costa hasta la estancia de la Caleta de la Sardina, un pequeño puesto de guardia construido en la hoy llamada playa del Cristo, adonde pasaría la noche como escucha junto con el atajador que había de venir desde la torre de Estepona. Al día siguiente, ambos tenían órdenes de regresar a sus respectivos baluartes. "Cobrarían un sueldo de 25 maravedís diarios y serían pagados por la ciudad de Marbella y los moros de la comarca", aunque con el paso de los años hubo algunos cambios respecto a la dotación asignada. En general, estos guardas soportaban condiciones muy duras, puesto que debían permanecer en las fortificaciones toda la semana, salvo el sábado, día en que marchaban al pueblo más cercano en busca de provisiones.

Entretanto, con la flota fondeada en la bahía, Alí Hamet aguarda impaciente la llegada del alba para dar el siguiente paso. ¿Desembarcará sus tropas allí mismo o piensa desplazar las naves hasta la playa de la Rada y dirigir primero la artillería contra las murallas? Se decante por una u otra opción, lo cierto es que apenas va a encontrar resistencia; pues, a diferencia de ocasiones anteriores, esta vez ha fallado el sistema de vigilancia costera y ni los refuerzos de Marbella ni la gente de Casares o Jimena se están movilizando.


EN LA VILLA

Más al este, a media legua, las campanas del pueblo también guardan silencio. Los vecinos descansan sobre sus jergones de paja ajenos al peligro que les acecha y ladera abajo, en los adarves de las murallas, un soldado hace guardia sintiendo como una fina lluvia le moja la visera del yelmo y resbala por sus mejillas.

Esta vigilancia nocturna era conocida como vela y normalmente la realizaban uno o dos hombres. Se dividía en cuatro periodos: prima, media noche abajo, tertia vigilia (¿?) —también llamada vela de la modorrilla— y alba; y cobraban a razón de un cuartillo de plata por cada uno.

En relación a la tenencia, la villa pasaba aquel verano de 1550 por un periodo llamémoslo de interinidad ya que su último alcaide, don Gaspar de Berrio, había muerto dos años antes. Descrito en las fuentes como "hombre de grandes fuerzas y que podía arrojar la lanza a gran distancia", lo cierto es que durante su mandato apenas había pisado el pueblo en tres o cuatro ocasiones, teniendo su residencia habitual en la ciudad de Loja; como seguro le pasaría a su hijo, Juan Luis de Berrio, el cual le sucedería oficialmente en el cargo en 1552, después de reclamar a la Corona los atrasos y gastos soportados por la familia para el mantenimiento de la fortaleza.

Alcaides aparte, lo cierto es que esta plaza seguía tan desportillada como siempre; y a su mal estado de conservación, se le unía ahora otro grave problema que preocupaba seriamente a los esteponeros: la falta de artillería. Por eso, durante esta nueva década, los propios vecinos expondrían reiteradamente sus quejas a la corona. En una de las misivas puede leerse lo siguiente: "acuden muy continuamente navíos de moros y turcos a le hazer mal y la bonbardean por no tener esta villa artillería para defendelles el desenbarcadero".

Las horas van pasando lentamente en el castillo, acompañadas de fondo por los feroces aullidos del aire o de alguna alimaña bajada quizá desde su guarida de la sierra en busca de comida; hasta que, mucho antes del rezo de maitines, la borrosa figura de un solitario jinete atraviesa al trote el patio de armas. 

Se trata del atajador al que le corresponde hacer la ronda "por la costa de la mar" hasta Arroyo Vaquero. ¡Qué noche!, debe de pensar mientras deja atrás las puertas y se aleja por poniente para adentrarse de lleno en sus fauces camino de Saladavieja. 

Nuestro hombre se llamaba Antonio de Vega y esa jornada su nombre iba a quedar ligado para siempre a la historia del pueblo. Años después, un viajero describiría así la arriesgada tarea de estos valientes: "todos los días, dos horas antes de que amanezca, invierno y verano, salen de los lugares escuderos o canallas para poner seguridad a los caminantes del peligro que llevan de ser cautivos, como acaecen de ordinario infinitas desgracias".

UN RESPLANDOR EN LA BAHÍA

Dibujo de jinete cabalgando en medio de la noche
(Fuente: web de leyendas)

La lluvia va a más conforme el atajador avanza por la arena mojada, entre suaves dunas y pequeños matorrales, hasta alcanzar por fin la cercana cala con los primeros truenos retumbándole en sus oídos. Las crónicas recuerdan que entonces "se rebolvió un temporal de agua y viento muy fuerte", capaz sin duda de echar por tierra al más experimentado jinete en alguna de sus embestidas. Muy cerca, los bramidos de la mar tempestuosa con su penetrante olor a algas; y una oscuridad tan intensa que apenas se vislumbra la espuma de las olas rompiendo en el rebalaje, o el perfil de aquella singular ensenada, cuya silueta curvada semeja las astas de un toro. Y por encima, como un telón a punto de abrirse, una inquietante sombra envolviéndolo todo hasta provocar esa sensación de fragilidad que siente el ser humano ante la furia infernal de la naturaleza.

"Un enorme rayo, con su etéreo ramaje de nácar"

De repente, la tormenta estalla sobre la bahía y un enorme rayo rasga las cortinas de la noche con su etéreo ramaje de nácar e ilumina la escena de arriba abajo dejando al descubierto unas nubes intensamente violetas y a las naves berberiscas sumidas en un incesante vaivén

Así, "a la lumbre de un relámpago" —como dicen los escritos— ha dado comienzo una inesperada función y Antonio de Vega es, por ahora, su único espectador.


EL POEMA

En el siguiente poema, compuesto hace ya varios años, me propuse reflejar aquella increíble vigilia, porque probablemente constituya uno de los episodios más novelescos de la historia de Estepona. "Como sacado de un relato gótico", así lo define Ramiro Feijoo en su España Corsaria.


"Noche de lobos en la Celada Vieja"


Negra noche de lobos solitarios,
que bajan de la sierra hasta la aldea;
o suben en manadas de corsarios
por las olas, con una sola idea.

Oculta el rey de Argel su aviesa flota
en las aguas de la Celada Vieja,
como esquiva al pastor y su garrota
una fiera al acecho de una oveja.

Atajando la costa por poniente,
un jinete cabalga hacia la nada.
Sus pupilas intuyen, justo en frente,
un sendero a ras de la ensenada.

Cae la lluvia y, calado hasta los huesos,
siente, como un cañón, el primer trueno
y lejanos ladridos de sabuesos
que olfatean a su presa sobre el cieno.

Tras un recodo se tuerce el camino
y surge una ancha rada entre dos cuernos.
Montado en su corcel, el peregrino
ha llegado al portón de los infiernos.

Echado está el telón de la bahía,
pero el cielo lo rasga con un rayo,
que descubre a la bestia y su jauría
a punto de iniciar su cruel ensayo.

—¿No saciarás la sed de tu venganza
jamás, Alí Hamet, contra este fuerte?
¡Lo aguanta en pie el honor y la esperanza
de vencerte otra vez y darte muerte!

Se encomienda el cristiano a su Patrona
cuando ve aquellos ojos de alimaña
y vuela como el viento hasta Estepona.
— ¡Por la Virgen!, ¡Santiago y cierra, España!

Por esas mismas fechas, un servidor colaboraba con Juanma Herrera en Radio Estepona participando en una sección literaria titulada "A orillas del Duero"; y recuerdo que en uno de los programas en el que tratamos el tema de los piratas y corsarios en la poesía española incluimos una grabación del mismo, recitado por nuestro admirado locutor.




ABANDONADA A SU SUERTE

De vuelta a la narración, tan pronto como se dio aviso aquí de la presencia corsaria, la alarma se fue extendiendo por toda la costa a través de las torres de vigilancia hasta la vecina población de Marbella, adonde tenía su sede la milicia concejil.

Sin embargo, su reacción no fue la misma que en anteriores desembarcos de Alí Hamet. En esta ocasión "el temor por la entidad de la nueva flota y por la experiencia de los argelinos" era tal que llevó al puesto de mando a tomar una decisión sin precedentes: defender antes su ciudad en lugar de enviar las tropas a reforzar la desguarnecida plaza esteponera. La razón que adujeron al respecto fue que "no se quería sufrir el riesgo de que desembarcaran los berberiscos a sus espaldas y verse en una tenaza". Y es que, al parecer, conforme llegaban las primeras luces del alba y viendo que seguía "la mar tan alterada", el corsario había abandonado la ensenada de Saladavieja y los marbellíes temían que la flota se dirigiera ahora hacia sus aguas.

Para hacernos una idea, la alarma fue tan grande que acudieron a defender Marbella incluso las milicias concejiles del resto del corregimiento de Ronda. Así lo refieren las antiguas crónicas: "vinieron de socorro a esta çiudad mas de dos mill onbres de pie y de cavallo de Ronda, Setenil, El Burgo y Cañete. Y se alteró y movió gran parte del Andaluzía".

Todo estaba, pues, preparado para la defensa; aunque finalmente el turco desistió de sus planes —era la tercera vez en cinco años— y, maldiciendo en la lengua del Corán, puso rumbo a Argel "sin hazer mal ninguno en esta costa". Probablemente no había querido poner en peligro a sus hombres con un desembarco tan arriesgado.

Como era de esperar, los marbellíes rápidamente atribuyeron el feliz desenlace a la intercesión de la Virgen María "en cuya fiesta tuvo lugar el hecho" y desde entonces prometieron celebrar ese día con "procesiones y regocijos"; pero la cruda realidad es que, milagros aparte, Estepona había quedado esta vez abandonada a su suerte frente a una gravísima amenaza, porque nadie habría acudido en nuestro auxilio en el caso de que se hubiese llegado a producir el asalto.


UN NUEVO HORIZONTE

No sería este el último avistamiento en nuestras costas de flotillas enemigas capitaneadas por el caudillo Alí Hamet. Sin ir más lejos, en 1.552 hubo una nueva amenaza. E igual que la vez anterior, la respuesta de la milicia concejil a la gente de Estepona volvió a ser decepcionante al recomendarles ahora que "sacasen sus mujeres fuera de la dicha villa porque la dicha çibdad no los podía socorrer".

A raíz de estos y otros desplantes que llevaban produciéndose desde principios del siglo XVI, el concejo de Estepona empezó a sacar sus propias conclusiones: "la villa se defenderá mejor contra los turcos y los moros sin la dependencia de Marbella porque crecerá en población y la justicia del lugar les podrá apremiar a la defensa"; hasta que todo el proceso culminó a finales de 1.553 con la primera petición a la Corona de nuestra propia jurisdición. Ya no había marcha atrás; un largo camino hacia la emancipación había comenzado a dar sus primeros pasos.



BIBLIOGRAFÍA
  • ALBERTOS, FRANCISCO JAVIER. Los Berrio
  • FEIJOO, RAMIRO. España Corsaria
  • PARDO MOLERO, JUAN FRANCISCO. Dos informes del siglo XVI sobre la guardia de costa del Reino de Granada
  • SÁNCHEZ MAIRENA, ALFONSO. Anales de Marbella: una crónica autobiográfica del siglo XVI (1550-1583)
  • ROJO, TEO. Historia de Estepona. Volumen II: Edad Moderna. Los Reyes Católicos y los Austrias
  • Poesía: Noche de lobos en la Celada Vieja (Manuel Guerrero)



Comentarios