Sierra Bermeja (III): los mudéjares del Velerín

La expulsión de los moriscos
(Autor: Gabriel Puig Roda. Fuente Wikipedia)

En nuestro paseo a través de la historia de Estepona, y siguiendo en esta ocasión un artículo escrito en Diario Sur por Catalina Urbaneja Ortiz, vamos a trasladarnos hoy hasta el río Velerín para recordar los avatares sufridos por un puñado de mudéjares asentados en sus inmediaciones.

LA ALQUERÍA DEL VELERÍN

Todo sucedió cuando el siglo XVI daba sus primeros pasos en estas  peligrosas tierras de frontera. Concretamente, hablamos de febrero de 1501. Para entonces, apenas había en la llamada torre de Estepona una mínima presencia de vigías intentando velar por la seguridad de aquellos que se arriesgaban a venir hasta aquí —la mayoría, pastores, agricultores y gente de mar—. Aunque hacia levante existía también una alquería, conocida entonces como Belelín.

Dada su ubicación, hemos de suponer que sus escasos habitantes, agrupados en torno a una mezquita, debían de dedicarse básicamente a la agricultura. Y siguiendo las costumbres de otras comunidades musulmanas de la comarca, quizá llevaran del mismo modo sus cargas de hortalizas y frutas hasta el lejano mercado de Marbella, a cuya jurisdicción pertenecían. La historiadora istaní refiere también en su artículo los impuestos que pagaban, ya como vasallos de los Reyes Católicos: a razón de algo más de 3.500 maravedíes por vecino.

Pero la convivencia entre las dos religiones tras la Reconquista no estaba resultando nada fácil, sobre todo por la pertinaz política de conversión al cristianismo emprendida por los monarcas. De hecho, como ya comentamos en entradas anteriores, muchas poblaciones rondeñas se habían sublevado al negarse a recibir las aguas del bautismo y el foco de musulmanes concentrados en Sierra Bermeja se estaba volviendo tan peligroso que los Reyes Católicos decidieron enviar un poderoso ejército para intentar pacificar la insurrección. 

Pescadores faenando cerca de la orilla
(Fuente: pescaycaza)

ALLENDE LA MAR

La noticia del alzamiento traspasó rápidamente las fronteras del reino de Granada y llegó hasta los principales puertos del norte de África, entre ellos la fortaleza de Ceuta, por aquel tiempo en manos portuguesas.

Debido a su estratégica situación al otro lado del Estrecho, esta plaza se había erigido durante el siglo anterior en un importante centro de actividad corsaria en contra del emirato granadino. Sus colaboraciones con los castellanos habían sido frecuentes y, desde antes de la rendición nazarí, era ya lugar de cita y encuentro para aventureros cristianos de origen diverso.

Ceuta en el siglo XVI
(Fuente: Wikipedia)

Uno de estos personajes se llamaba Alonso Fernández Byrra y era un residente en Gibraltar que trajinaba entre ambas orillas con una pequeña flota de galeotas y fustas impulsadas por remos.

Durante esos tumultuosos días de febrero se encontraba en dicha fortaleza y, habiéndose enterado de cómo se estaba complicando la situación por Sierra Bermeja —prácticamente en estado de guerra— vio la posibilidad de hacer negocio si ofrecía sus naves a los rebeldes mudéjares en caso de que pensaran huir allende.

Creyendo que sería mejor comprobarlo in situ, envió como emisario hasta estas montañas a un musulmán tornadizo capturado poco antes y al cual seguramente le prometería alguna compensación si le ayudaba en medio del trajín engatusando a los insurrectos. Pero estos le comunicaron durante la reunión que no tenían previsto marcharse; en cambio, de sus correligionarios del Velerín, sabían que estaban "compuestos para se yr".

¿Qué más le daba a Byrra de dónde procedieran los mudéjares? Lo importante era que unas cien personas habían mostrado interés en hacer la travesía.

UNA NUEVA ESPERANZA

A partir de entonces, el gibraltareño se dedicó a merodear por la costa durante toda una semana, hasta que una noche envió por fin a dos de sus hombres para iniciar conversaciones con sus futuros clientes. Aunque antes de desembarcar debió de advertirles a ambos que se hicieran pasar por moros en todo momento; seguramente para infundir así mayor confianza a la otra parte.

Los marineros estuvieron durante cinco días negociando las condiciones del viaje con el alguacil de la alquería, hasta que las dos partes llegaron a un entendimiento. Como era de esperar, la noticia fue recibida con gran regocijo por todos los hombres, mujeres, y niños que componían esta pequeña comunidad: "los ángeles tornaban por ellos" y los iban a trasladar hasta el peñón de Vélez de la Gomera.

Teniendo en cuenta que Al andalus, su hogar durante generaciones, era ahora territorio de infieles y las únicas alternativas que les quedaban aquí pasaban por convertirse al cristianismo o unirse al resto de sublevados; para ellos debió de ser como ofrecerles una nueva tierra prometida.

Finalmente, después de cerrar el acuerdo, los dos marinos regresaron al barco acompañados por el hijo del alguacil, que se había adelantado al resto para efectuar el pago del pasaje. Todo estaba listo pues para iniciar la travesía.

BADIS Y VÉLEZ DE LA GOMERA

¿Pero adónde quedaba exactamente ese destino al que iban a ser trasladados nuestros antiguos vecinos del Velerín? Para encontrarlo tenemos que situarnos por un segundo en las costas de una vasta región norteafricana plagada de piratas y comerciantes de esclavos conocida entonces como Berbería.

Peñón de Vélez de la Gomera
(Fuente: Wikiloc)

Mapa con las plazas de soberanía española en las costas de Marruecos
Vélez de la Gomera se encuentra a 126 kilómetros al oeste de Melilla y a 117 al sudeste de Ceuta.
(Fuente: Wikipedia)


En el litoral rifeño, Vélez de la Gomera era —y sigue siendo— un peñón situado a medio camino entre Ceuta y Melilla, que en aquel tiempo protegía la entrada a la bahía de Badis, una antigua ciudad hoy desaparecida que en 1501 pertenecía a los sultanes del reino de Fez.

Estaba situada entre dos grandes montes, donde sus habitantes se refugiaban cada vez que se producía un ataque; y su población rondaba los seiscientos vecinos, con dos sectores bien diferenciados: de un lado, los pescadores; y de otro, los temidos corsarios, acostumbrados a visitar asiduamente las costas españolas para lucrarse con el secuestro de cautivos cristianos. 

En su puerto se desarrollaba también cierta actividad comercial, pues allí hacían escala algunas galeras mercantiles procedentes de la república de Venecia. Y respecto a su economía más doméstica, la gente de la montaña solía bajar con cebada y madera al mercado, de donde volvían cargados de pescado. Además, una importante colonia judía surtía de vino a la población local, amén de proveerlos de un pequeño arsenal.

Así pues, resultaba una opción interesante de cara a comenzar una nueva vida. Y, de paso, para aquellos que buscaran venganza, siempre existía la posibilidad de regresar a nuestro litoral —ahora como corsarios— y asaltar las haciendas de aquellos mismos cristianos que les habían empujado al exilio.

Los ataques corsarios desde el peñón de Vélez de la Gomera se convirtieron en una
auténtica pesadilla para las autoridades españolas. Sus asaltos y correrías contaban
con el apoyo de las poblaciones andalusíes sometidas al dominio castellano.
Sería conquistado definitivamente para la Corona en el año 1564
por García Álvarez de Toledo siendo rey Felipe II.
(Imagen: Archivo de la frontera)

EL INICIO DE LA TRAVESÍA

El embarque se produjo "syn faser rumor alguno"  —quizá de noche— para evitar ser sorprendidos por las autoridades, ya que les estaba prohibida la salida del reino ¡Por fin había llegado el esperado momento!

Sin embargo, una vez en cubierta, los fugitivos no pudieron dominar su regocijo conforme el barco se iba alejando de la costa. Lágrimas de alegría resbalaban sin pudor por sus mejillas y eran tales los gestos y alburbolas dando gracias a Alá por la buena fortuna al verse libres del yugo cristiano que hasta los tripulantes de la nave se conmovieron ante la tierna escena que estaban presenciando a la luz de los fanales.

Poco importaban las penosas condiciones de navegación que pudieran darse en el barco: seguramente aquejados por el mareo y hacinados en un espacio muy reducido, con piojos y sin apenas higiene. Algo por otra parte habitual a bordo de unas naves cuyo hedor solía ser insoportable. Tanto que en los puertos sabían de su presencia antes por el olor que por la vista.

Así, entre celebraciones e incomodidades, casi nadie lograría conciliar el sueño esa noche en la galeota.

EL ARDID

Pero, poco a poco, la euforia fue dando paso a un leve murmullo de rumores apagados; sobre todo cuando, al tiempo que amanecía y la bruma comenzaba a disiparse sobre la superficie del mar, iban quedando también al descubierto las verdaderas intenciones de Alonso Fernández Byrra.

"¡Que Alá nos proteja! ¿Pero qué está pasando aquí?" debieron de exclamar el alguacil y su hijo cuando oyeron como el capitán, en un descuido, se dirigía a algunos de sus hombres en un perfecto castellano y, con el pretexto de que el barco iba sobrecargado, les ordenaba que tirasen la ropa de los musulmanes por la borda. ¡Se hallaban a bordo de un barco cristiano!

A partir de ahí, un pánico exacerbado se apoderó de los pobres mudéjares: los niños se abrazarían a sus madres al verlas llorar desconsoladas, los hombres agacharían la cabeza impotentes al imaginar su verdadero destino; incluso, gran parte de la tripulación se vería sorprendida por el cambio de guion. 

Más que cerrar un trato con un hombre de negocios, habían caído en las redes de un corsario encubierto que, con la excusa de luchar contra los moros, se dedicaba a robar los enseres de sus pasajeros e incluso venderlos luego como esclavos para aumentar sus beneficios. 

Musulmanes en las galeras de Lepanto
(Fuente: Blog de Francisco Javier Tostado)

Paradójicamente, el mismo barco que iba a darles la libertad se había convertido de la noche a la mañana en una terrible prisión. Porque todo obedecía a un plan trazado a la perfección por el astuto corso, en el que ya no tenía cabida el sueño de la costa africana: en una primera fase, al mismo tiempo que los confiados mudéjares embarcaban la noche anterior con sus joyas y ropas, un marinero había transportado los enseres más valiosos hasta Gibraltar; y otro, sus bestias. Pero la parte final era sin duda la más aterradora: una galeota sería la encargada de trasladarlos ahora desde el Peñón a Málaga. Y de allí, los llevarían hasta Granada para venderlos luego en el mercado de esclavos

Una vez ejecutado el mismo, no se demoraría mucho Byrra en el reparto del botín; las cuentas estaban claras: la quinta parte iría a parar por igual a las autoridades de Ceuta y Gibraltar, por ser las dos plazas que le habían concedido la patente de corso para llevar a cabo tal fechoría; el resto de la captura y lo que obtuviera por la venta de aquellas personas serían solo para él.

Haciendo una breve referencia a otra entrada de este blog titulada Entre Estepona y Casares: un relato de frontera, se incluye en la misma un relato parecido, basado también en un caso de secuestro institucionalizado. Aunque en esta ocasión la plaza norteafricana que había negociado con el corso era Alcazarseguir —también en manos de los portugueses— y la historia se situaba en la segunda mitad del siglo XV.

EL TRISTE DESTINO DE LA ESCLAVITUD

Nada más escribe Catalina Urbaneja acerca de este trágico desenlace; tan solo que "se desconoce el destino que siguió el dinero obtenido por la venta de los esclavos"

Puede que algunos de los prisioneros más débiles muriesen durante el trayecto a pie hasta Granada, presas del frío o de alguna enfermedad. E imaginamos también que, después de las subastas que se celebraban normalmente en las plazas de la antigua capital nazarí, las familias acabarían separadas: los varones más fuertes, en galeras o quizá en explotaciones mineras; las mujeres, destinadas al servicio doméstico —en el mejor de los casos— o explotadas sexualmente; y los niños, menos rentables por ser mínima su capacidad de trabajo, separados de sus progenitores.

Con este amargo final concluyó la aventura de los mudéjares del Velerín tras haber embarcado en busca de una vida mejor. Su infructuosa huida supuso el abandono definitivo de este asentamiento; aunque la zona seguiría siendo estratégicamente muy interesante para la Corona española, que terminó levantando cerca de la desembocadura del río una torre almenara en el año 1576.

Torre del Velerín
(Fuente: Diputación de Málaga)

LOS MOROS DEL VELERÍN


A bordo de una galera

que creían magrebí

se quieren pasar allende

los moros del Velerín.


Pero es de un corso cristiano,

traicionero y zascandil,

que engañados los secuestra

bajo bandera ceutí.


¡Cómo lloran los zagales,

cómo pena el alguacil,

al esfumarse su sueño

de la costa berberí!


Ya los vende como esclavos

en la tierra de Boabdil,

y ya están sus arcas llenas

de sucios maravedís.


¡Ojalá le pesen tanto

navegando hacia el fortín

que el barco se vaya a pique

y se hunda con su botín!




BIBLIOGRAFÍA

  • GONZÁLEZ FERNÁNDEZ, MARCELINO. Galeras, galeazas y galeotas en el siglo XVI.
  • HISTORIAS DE ALBORÁN. La desaparecida ciudad de Badis
  • LÓPEZ DE COCA CASTAÑER, JOSÉ ENRIQUE. Granada y la expansión portuguesa en el magreb extremo. Universidad de Málaga
  • LÓPEZ DE COCA CASTAÑER, JOSÉ ENRIQUE. Vélez de la Gomera y su puerto durante la primera mitad del siglo XVI. Universidad de Málaga.
  • URBANEJA ORTIZ, CATALINA. El secuestro del Velerín por los corsarios. Artículo publicado en diario Sur (25 enero 2020)
  • VV.AA. Informe de resultados de la actividad arqueológica preventiva llevada a cabo en “cortijo Félix”, Manilva (Málaga)














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