La construcción de la torre de Estepona

Albañil. House books of the Nuremberg Twelve Brothers Foundation
(Fuente: Descubrir la historia)

    Releyendo el segundo volumen de la "Historia de Estepona", de Teo Rojo, me he fijado en uno de esos personajes que pasan fugazmente por entre sus páginas sin pena ni gloria, pero en el cual he querido detenerme porque reúne todos los ingredientes para escribir un breve relato.

PERO ANTES, CONOZCAMOS LOS ANTECEDENTES

Desde que en 1.460, Enrique IV ordenara la demolición de Estepona tras la renuncia de su valido Juan Pacheco a su tenencia por no haberse podido llevar a cabo una repoblación estable, el pueblo permanecería casi treinta años sumido en el olvido más profundo, hasta que en 1.488 pasa a depender de la jurisdicción de Marbella. 

De esta manera tan cruda aparece descrito en un legajo de la época: "No había ninguna población, ni torre ni edificio en el dicho lugar, sino que todo estaba llano" —texto adaptado—Así era; varias cuadrillas de obreros mandadas venir desde Jerez de la Frontera habían sido las encargadas de su demolición a pico y pala. De la noche a la mañana, la Istibuna musulmana y el posterior bastión cristiano habían dejado de existir convirtiéndose durante casi treinta años en un triste solar en ruinas.

Imágenes de ruinas
(Fuente: desconocida)

Ni mercaderes vendiendo su género cada mañana donde antes estaba el zoco, ni pescadores desembarcando las capturas en la playa, o arrieros anunciando su llegada por el camino de poniente a lomos de sus asnos; tan solo se oiría de vez en cuando el lastimero aullido de alguna loba solitaria que, al bajar de la montaña de noche en busca de comida para sus crías, se encontrase solo cuadras y corrales vacíos.

En los inviernos, el frío viento del norte atravesaría una y otra vez nuestro fértil valle sin encontrar en pie una mísera tapia de Monterroso a Cala Pacheco, donde un caminante perdido pudiera resguardarse de su inclemencia. En primavera, los viejos aljibes árabes continuarían llenándose todavía con las lluvias torrenciales, aunque ya no se vería correr el agua camino de las huertas a través de las acequias en ruinas; ni a los campesinos cultivando las eras; pues lomos y bancales, otrora fértiles, probablemente se habrían acabado desmoronando rodeados de altabacas y ortigas. Y al llegar el caluroso estío, tampoco habría uvas madurándose al sol; porque las cepas yacerían abandonadas y puede que los viñedos apenas se distinguieran ya entre las malas hierbas, crecidas inexorablemente un otoño tras otro.

Dentro de este laberinto de cimientos y maleza, las alimañas terminarían campando a sus anchas entre los restos de las viviendas o de la antigua alcazaba, convertidos ahora en un triste erial abocado a su suerte.

Ante tales circunstancias y mientras el reino de Granada se iba haciendo cada vez más pequeño y los cartógrafos trazaban apresurados los nuevos mapas de la poderosa Castilla, el nombre de Estepona acabaría convertido en un lejano recuerdo, oculto tras la espesa niebla del olvido.

¿Dónde están tus murallas centenarias?
las casas, la alcazaba nazarí...
¡Bastión de desterrados y de parias!,
¿Qué ejércitos se alzaron contra ti?

Hoy yacen silenciosas tus ruinas;
y hasta el viento reprime su silbido,
con tal de no gritar por las esquinas
quién te empujó a la niebla del olvido.

EL BACHILLER ALONSO SERRANO

Pero la vida es constante cambio y movimiento. Y a este respecto, explica el historiador Teo Rojo que, al finalizar la conquista cristiana de la parte occidental de Málaga, la inspección militar llevada a cabo por un comisionado de los Reyes Católicos sería el primer paso para la reconstrucción y repoblación de este antiguo asentamiento. Hablamos del conocido bachiller Juan Alonso Serrano.

Su recorrido por el interior y el litoral de la comarca le había permitido comprobar al detalle el estado de las fortalezas y torres; y el posterior informe remitido a los reyes en septiembre de 1.492 no dejaba lugar a dudas: la costa de poniente estaba seriamente desguarnecida "pues no existía población marítima alguna entre Gibraltar y Marbella", de modo que era fundamental levantar de nuevo una torre fortificada en Estepona para proteger estas playas de los ataques corsarios. Tras una dura y larga Reconquista, cualquier precaución era poca para la recién creada nación española. 


Serrano insistiría a la Corona en la necesidad de tener aquí una vecindad estable como la mejor solución para asegurar la costa. Y para ello consideraba fundamental sustentarla en cuatro pilares básicos: una torre custodiada por guardas que protegiera a los vecinos en caso de ataque, la presencia de jábegas que faenaran en la mar y de cortijos de labradores en los campos para desarrollar de ese modo la pesca y la agricultura; y, por último, un mesón que avituallara a los caminantes y arrieros para ayudar a incentivar la actividad comercial. Pero sus intentos tampoco fructificaron en un primer momento. Faltaba la aprobación de los reyes, más pendientes durante esos señalados días de otros menesteres de mayor calado: uno de ellos, situado en algún lugar perdido en medio del Atlántico, por donde tres carabelas navegaban a ciegas en busca de una nueva ruta hacia las Indias. Había que seguir esperando.

JUAN DE PALMAS Y EL INICIO DE LAS OBRAS

Un año después, fuera ya de la actuación del bachiller Serrano, el concejo de Marbella llegaría a un acuerdo con un particular para iniciar por fin el proyecto. Se llamaba este Juan de Palmas y era poseedor de unas casas en una plaza del municipio vecino, donde el consistorio quería hacer una alhóndiga. A cambio, le habían ofrecido encargarse de la construcción de una torre en Estepona junto con la posibilidad de levantar aquí también el citado mesón. Es más, le insinuaron que sería él quien tendría la tenencia de la misma; lo cual supondría contar con un sueldo de 18.000 maravedís anuales.

Pensando en que sería una buena inversión, el hombre se empeñó hasta las cejas porque, después de gastar los 8.000 maravedís sacados de la venta de las casas, tuvo que hacer lo mismo con una huerta y unas viñas, y hasta tiró de sus ahorros para financiar las obras.

De ese modo, pertrechado ya de todo lo necesario y suponemos que con una cuadrilla de albañiles, carpinteros y peones a su cargo, el constructor se trasladó hasta el despoblado de Estepona, situado a cinco leguas de la ciudad de Marbella, y empezó a levantar la torre prácticamente en medio de la nada.



Pero seguramente no serían aquellas las mejores condiciones para llevar a cabo una obra de tal envergadura. Primero, por la dificultad que suponía trasladar hombres, materiales y útiles a una distancia importante para aquella época; y segundo, por la peligrosidad que implicaba el hecho de tener que hacer cada dos por tres el camino entre Marbella y Estepona.

LA PESTE Y EL PELIGRO DE LA COSTA

Y puedo asegurarles que no estoy exagerando lo más mínimo; porque, tras el final de la Reconquista, la inseguridad del litoral malagueño era más que evidente. Así lo refiere el historiador Teo Rojo: "los musulmanes que se pasaron a África conocedores de la tierra que habían abandonado, volvían para saquear las poblaciones costeras a fin de cautivar personas y venderlas como esclavos o pedir rescate por ellas". 

Sin ir más lejos, citaremos el caso de un grupo de vecinos marbellíes, que huyendo en abril de 1.494 de una epidemia de peste propagada por la provincia de Málaga, habían abandonado precipitadamente el pueblo para refugiarse con sus mujeres y sus hijos en unas cuevas cercanas hasta que remitiera el brote. 


Para añadir más leña al fuego, contaba posteriormente uno de los hombres que habían encabezado el grupo de refugiados como algunos mudéjares de la comarca estuvieron espiándolos durante la huida para ponerse de acuerdo luego con otros musulmanes pasados allende. 

Dicho y hecho. Al poco tiempo aparecería por el horizonte una fusta en dirección a la costa con la vela desplegada y no muy buenas intenciones; pues, nada más poner pie en tierra, los piratas subieron desde la playa por aquellos solitarios cerros hasta llegar a las cuevas y, sin ningún miramiento, se llevaron cautivos a algunos de los cristianos que las ocupaban. Entre ellos estaban la mujer y la hija de este marbellí. Se llamaba Alonso Benítez Cobo y desconocemos si volvió a saber de ellas.

Hubo muchos más secuestros —la mayoría no se documentaron— y la peste bubónica continuaría también llegando en oleadas por toda Castilla durante los primeros años de la centuria siguiente llevándose por delante a figuras tan relevantes como el propio rey Felipe "El Hermoso", marido de Juana "La Loca". 

Según apuntan las crónicas de la época, el monarca se encontraba en Burgos cuando empezó a sentirse enfermo. Era el 16 de septiembre del año 1506. Al parecer, había jugado antes un partido de pelota y, tras beber un vaso de agua fría, comenzaría a notar las primeras fiebres. Fue durante los días siguientes cuando su estado se agravó hasta terminar presentando un cuadro de neumonía. Uno de los médicos que lo atendía describía así algunos de los síntomas de la enfermedad: «Estábase con la calentura y con sentimiento en el costado, y escupía sangre. Y se le hinchó la campanilla, que decimos úvula, tanto que apenas podía hablar». Nueve días después fallecería con tan solo 28 años.

               Un médico saca un bubón a un paciente. Fresco de la capilla de San Sebastián.                           Siglo XV. Lanslevillard, Francia
(Fuente: National Geographic)

Volviendo al tema que nos ocupa, ha quedado demostrado el peligro subyacente tanto en las playas como en las montañas, pues los musulmanes "que se quedaron en la península eran una potencial quinta columna que, en connivencia con los que se fueron, podían hacer estallar una rebelión en cualquier momento", como así sucedería de manera más generalizada en el año 1.500 con la conocida revuelta mudéjar de la serranía de Ronda.


EL SECUESTRO Y SUS CONSECUENCIAS

Con estos antecedentes, no ha de extrañarnos que en una de aquellas jornadas en las cuales nuestro alarife debía ir forzosamente hasta la ciudad de Marbella ocurriera un incidente que, a la postre, daría al traste con las esperanzas depositadas en ese negocio.

En efecto, ya llevaba Juan de Palmas más de la mitad de la torre levantada cuando una mañana temprano salió de Estepona sin imaginar siquiera que más adelante lo estaban esperando. 

Iría seguramente con una recua de mulas y la mente puesta en todas las provisiones que tenía que comprar en Marbella para sus trabajadores, cuando, en un momento dado, fue asaltado en una de aquellas peligrosas calas por una horda de piratas norteafricanos y llevado a tierras del reino de FezAllí permanecería como rehén dos o tres meses hasta que se pagó el rescate y pudo regresar a su pueblo.

Sin embargo, la vuelta a casa tras el cautiverio no supuso el final de sus problemas —más bien todo lo contrario— ya que, en su ausencia, el corregidor de Marbella había ordenado continuar la edificación de la torre para acabar entregando luego la tenencia de la misma a otra persona. 

Parece ser que el consistorio habría encontrado una nueva forma de financiar el proyecto y, escudándose en el retraso en el que cayó nuestro constructor, decidió suspender sus derechos de explotación sobre la torre.

Cuando se enteró de lo sucedido, el pobre Juan reclamaría ante el concejo de la ciudad alegando que había invertido en las obras todo lo que poseía. Del mismo modo, y de acuerdo a las condiciones firmadas, pidió también que se le diese el sitio para levantar el mesón junto a la misma; pero el concejo se negó rotundamente a sus dos solicitudes; y el hombre, sintiéndose estafado, no tuvo más remedio que reclamar a la Corona. Aunque comenta el historiador madrileño al respecto que, varios años más tarde, todavía no se había resuelto el pleito. Hay cosas que no cambian con el paso de los siglos.

EL FINAL DE LAS OBRAS

A pesar de todos estos avatares, las obras continuaron su curso y en 1.497 debían ya de estar acabadas porque, según unas instrucciones de ese año, las autoridades militares habían asignado dos peones a la nueva torre de Estepona. Uno fijo, en permanente vela, y otro móvil "que iría cada noche a dormir de escucha a la Caleta de la Sardina —playa del Cristo—, donde coincidiría con el otro guardia que venía de la torre de Arroyo Vaquero; para regresar, llegada la mañana, atajando la costa hasta dicha estancia". (texto adaptado)

                                                            Torre de San Vicente. Benicasim (Castellón)
                                            Una de las muchas torres que se construyeron a partir del siglo XV
                                                    para hacer frente a los ataques de los piratas berberiscos
                                                            (Fuente: Ilustración arqueológica. JR Almeida)

Y así termina el relato de las peripecias que rodearon la construcción de la conocida como torre de Estepona, erguida en algún punto situado fuera de la posterior cerca —según Rojo, quizá en torno a la entonces llamada cala Pacheco—. Aunque este primigenio baluarte pasaría pronto a un segundo plano cuando se empezaron las obras de la nueva fortaleza con la llegada en 1.501 de su primer alcaide, don Antonio de Berrio; pero esa es otra historia.

TORRE DE ESTEPONA

Altiva y solitaria en la explanada,
con los moros alzados por la sierra;
a labriegos que buscan tu morada
cuando aprieta el peligro de la guerra;
y a la gente de mar, allá en la rada,
arrastrando las jábegas a tierra;
¡te debes, atalaya de poniente!,
que otro enemigo acecha justo enfrente.


BIBLIOGRAFÍA

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