Bastión de desterrados (Estepona desde 1456)


La costa de África en 1.567, de Anton Van Den Wyngaerde
Con Estepona en la parte inferior izquierda y Gibraltar en la parte superior derecha
(Fuente: web del ayuntamiento de Casares)

DE MORA A CRISTIANA

Tras haber sido ganada para la Corona por el rey Enrique IV el doce de mayo de 1.456, Estepona pasó de ser una pequeña medina a convertirse de la noche a la mañana en una solitaria fortaleza cristiana en medio de territorio enemigo.

Aquel señalado día los estandartes de las órdenes militares castellanas debieron de ondear al fin sobre las viejas torres de la alcazaba nazarí sin haberse derramado ni una sola gota de sangre, pues no se produjo aquí batalla alguna al haber encontrado la plaza deshabitada.


¿Qué fue de los musulmanes,
huidos por los alcores
a la sierra,
desdeñados de sultanes
y temiendo a los horrores
de la guerra?

Pero la hueste tenía que continuar la marcha y, antes de la partida, el rey cedió la gestión de la nueva villa a su valido y amigo personal Juan Fernández Pacheco, el marqués de Villena, dando órdenes precisas de abastecerla de armas y establecer una pequeña guarnición entre sus murallas.

Hecha esta concesión, al alba de la jornada siguiente  partió con su escolta hacia Gibraltar siguiendo la ruta de la costa mientras el grueso del ejército se dirigía tierra adentro a Jerez de la Frontera.

Una vez en en el Peñón, Enrique IV fue recibido por el caíd Abén Comixa y un exquisito séquito de cuarenta caballeros, que le presentaron sus respetos y organizaron en su honor diversos actos de esparcimiento, como una jornada de pesca, en la cual el rey castellano debió de confraternizar con la población autóctona.

Y no ha de extrañarnos tanta cordialidad entre cristianos y musulmanes, porque a ambas partes les interesaba una buena vecindad. Por un lado, al rey, que prefería tenerlos como aliados para que no atacasen la recién conquistada Estepona; y por otro, a los propios gibraltareños, conscientes de que el avance castellano en la región era cada vez mayor.

A esto había que sumar los problemas internos del reino nazarí, que provocaban la falta de atención del Estado hacia las plazas fronterizas derivando en políticas de autogobierno por parte de las autoridades locales; como fue el caso del caíd de Gibraltar, Abén Comixa, que prefirió evitar la guerra durante estos años rindiendo vasallaje al rey castellano en vez de al emir de Granada Abū Nasr Sa'd.

Cuentan las crónicas que, posteriormente, Enrique IV embarcó desde Gibraltar en una galera rumbo a Ceuta —entonces en manos portuguesas— y que en dicha fortaleza permaneció cuatro días debido a que los vientos del Estrecho fueron adversos para el regreso; por lo cual, entretuvo la espera dedicado a la caza mayor, llegando incluso a subir a unos montes metidos ya en pleno reino de Fez en busca de leones. Mas ocurrió que una violenta muchedumbre de sarracenos se acercó tanto que tuvo que volver precipitadamente sin ninguna pieza que añadir a su variada colección de trofeos.

Cuando amainó la furia del levante, el rey cruzó de nuevo el Estrecho para desembarcar en Tarifa y dirigirse luego a Conil, donde fue invitado por el duque de Medina Sidonia a presenciar la pesca de atunes en las almadrabas de la costa gaditana; hasta que, finalmente, desde allí partiría hacia Jerez para encontrarse de nuevo con su ejército.

PACHECO Y EL PRIVILEGIO DE HOMICIANOS

Juan Fernández Pacheco, marqués de Villena
(Biblioteca Nacional de España)

Mientras el monarca holgaba por estas plazas cercanas, Juan Fernández Pacheco andaría a vueltas con la repoblación de nuestra villa, consciente de la dificultad que entrañaba dicha tarea y preguntándose seguramente quién iba a tener arrestos para atreverse a venir a una plaza tan remota e inhóspita como esta, situada en una llanura perdida de la mano de Dios y rodeada todavía de asentamientos musulmanes por los cuatro costados: Marbella a levante, Casares y Gaucín a poniente, la peligrosa Sierra Bermeja al Norte; y al Sur, separado por apenas cuarenta millas de Mediterráneo, el reino de Fez.

Consecuentemente, no cabía esperar la llegada de muchos colonos cristianos en busca de un trozo de tierra para cultivar —para eso habría que aguardar aún hasta el siglo XVI—. Dadas las circunstancias, era el momento para la espada en lugar del arado.

Acuciado por la necesidad urgente de refuerzos, el noble consiguió tan solo un mes después que el rey firmara en Sevilla el famoso Privilegio de Homicianos —palabra esta última que procede de la latina “homicio” (homicidio), de ahí que venga a significar algo así como “Privilegio concedido a aquellos que hayan sido autores de algún homicidio”—. En definitiva, Pacheco obtuvo un Indulto Real prorrogado durante varios años por el cual Estepona acogería a condenados dispuestos a redimir su pena a cambio de defender esta plaza con uñas y dientes.

Estas fueron las palabras del rey:

Fragmentos del Privilegio de Homicianos

"Sabed como este mismo año yo gané de los enemigos de nuestra santa fe católica la villa de Estepona, la cual tiene por mí don Juan Pacheco, marqués de Villena, mi mayordomo mayor y del consejo. Y como dicha ciudad es tierra de frontera de dichos enemigos y está muy metida en tierra de ellos y muy lejos de cristianos, por lo que dichos moros la guerrean continuamente de tal manera que el alcaide, los caballeros, escuderos y hombres que puso el marqués para su defensa están en mucho peligro cada día; es mi deseo que en dicha villa esté el máximo de gente posible para que se pueda mejor poblar y defender.

Por ello, por hacer merced al marqués, alcaide, caballeros, escuderos y otros hombres y mujeres que en ella están para su guarda y defensa, mando por esta carta que todos los hombres y mujeres de cualquier estado o condición que acudan a dicha villa a poblarla y morar en ella; o en ella estuvieran por su cuenta durante al menos diez meses con un documento firmado por el alcaide que así lo demuestre, se les perdone cualquier homicidio o robo que hayan hecho con anterioridad.

En consecuencia, no podrán ser acusados, entregados a la justicia o confiscados sus bienes. Yo les perdono dichas penas e igualmente quito de ellos cualquier mancilla o infamia en la que hayan caído y restituyo plenamente su buena fama antes de dichos delitos; salvo contra el que fuera traidor o alevoso, matara a su señor o yaciera con la mujer de este, o se pusiese de parte de gente extranjera o si el exceso, maleficio u homicidio fuera cometido en la dicha villa de Estepona."
(Texto adaptado)
FUGITIVOS DE LA JUSTICIA

Del texto anterior se deduce que, junto a la guarnición militar que la defendía, la villa debió de recibir durante esos tres o cuatro años la llegada de gente muy variopinta y de dudosa calaña.

Por citar ejemplos de algunos pobladores de Estepona en tan convulsa época, contaba un historiador jerezano el curioso relato de uno de aquellos caballeros fugitivos de la justicia. Se llamaba este Juan de Torres y dicen que, yendo el susodicho a caballo por una calle de Jerez en compañía de un amigo, vio a un hombre ataviado con una bernia —capa de abrigo hecha de tejido basto de lana— con el que habría tenido antes algún roce.

El caso fue que ambos comenzaron a increparse de palabra y la disputa alcanzó tal grado de crispación que el de la bernia sacó una espada. Al mismo tiempo, Torres se bajó del caballo navaja en mano y logró agarrarlo de tal forma que pudo clavarle su arma provocándole la muerte al instante.

Su rival resultó ser Sancho de Padilla, un caballero principal muy conocido en la ciudad jerezana, lo que provocó que Torres tuviera que salir por patas de allí y anduviera tres o cuatro años sirviendo entre Jimena y Estepona para conseguir redimir su pena.

Castillo de Jimena de la Frontera.
La plaza fue conquistada por Enrique IV
el 15 de junio de 1.456.
(web de turismo de la Junta de Andalucía)

Cuando así lo hizo marchó a Gibraltar, ya en manos cristianas, y allí se casó y tuvo ocho hijos. Cuenta el sacerdote e investigador jimenato Martín Bueno Lozano que, tiempo después, Juan de Torres se vio envuelto en otro alboroto acaecido ahora en una iglesia, en medio del cual recibió un golpe en la cabeza que terminó costándole la vida.

BASTIÓN DE DESTERRADOS

Otro ejemplo de pobladores de Estepona en aquella época lo encontramos en unos señores de Vizcaya contra los que Enrique IV había dictado sentencia con una orden firmada en Santo Domingo de la Calzada el veinte de abril de 1.457 por ser los cabecillas principales en una guerra de banderías. Y como hiciera allá por el siglo XI el rey Alfonso VI con Rodrigo Díaz de Vivar, el Trastamara los desterró a los últimos confines del reino, donde habrían de permanecer guerreando a su costa con sus propias armas, hombres y caballos.

Siguiendo otra vez las palabras de Martín Bueno, sabemos que nueve de estos señores —"hombres ásperos, de espíritu peleón y duchos en el arte de la guerra"— recalaron aquí, en el castillo de Estepona, de donde no les estaría permitido salir durante diez meses, salvo cuando fueran a combatir contra los musulmanes siempre con licencia del alcaide de la villa y bajo pena de perder sus bienes y de ser decapitados con un cuchillo de hierro agudo.

Sin duda alguna, fueron unos años de gran inestabilidad en los que los periodos de tregua se alternaban con otros de incursiones militares en toda regla o de pequeñas escaramuzas motivadas en muchas ocasiones por el robo de  ganado. Y en medio de todo ese batiburrillo de traiciones y alianzas entre localidades fronterizas moras y cristianas, cuyas autoridades actuaban con independencia de los poderes centrales de Castilla y Granada, la guarnición de Estepona —crisol de desterrados y de parias— resistía a duras penas entre estas frágiles murallas, apoyada por los suministros de Jerez de la Frontera y bajo la constante amenaza abencerraje posicionada en la vecina Marbella y más al Este, en la Málaga musulmana.

UNA NOCHE MUY LARGA

Sin embargo, según un conocido principio, todo aquello que va mal es susceptible de empeorar; y eso precisamente pareció suceder en nuestro pueblo a mediados de junio del año 1.459, cuando un solitario jinete se presentó de madrugada a los pies del fuerte rogando en la lengua de Alá a los centinelas apostados en los adarves que abriesen las puertas si querían seguir viviendo.

Era entonces alcaide don Pedro de Jerez y es probable que durante aquella larga noche ni él ni todos los hombres y mujeres que sobrevivían a duras penas en este apartado bastión pegaran ojo después de descifrar lo que ese hombre trataba de explicarles ayudado por la elocuencia de sus gestos.

Indudablemente, debió de ser algo de tal trascendencia como para que, a la mañana siguiente, el mejor jinete de la guarnición partiera hacia Jerez nada más salir el sol. Lo hizo acompañado por aquel extraño musulmán y llevando en sus alforjas una carta que, de cumplirse su contenido, podría cambiar radicalmente la suerte de nuestro pueblo.

Cuando horas después ambos llegaron a su destino con los caballos resoplando aliviados después del enorme esfuerzo al que habían sido sometidos, moro y cristiano, sin demorarse lo más mínimo, se dirigieron a la casa consistorial, donde tenía su sede el Concejo de la ciudad, para hacer entrega de la inquietante misiva.

EL CONCEJO DE JEREZ

Jerez de la Frontera en el siglo XVI. Anton Van Den Wyngaerde
(Fuente: blog Memoria histórica de Jerez)

Desde su conquista en el año 1.264 por las tropas del rey Alfonso X "el Sabio", Jerez de la Frontera se había convertido en uno de los enclaves más importantes de la Corona de Castilla. Su situación geográfica, a medio camino entre la capital del reino de Sevilla y la conflictiva zona del Estrecho, hacía de la ciudad un lugar estratégico desde el que dirigir ahora el arreón final contra las dos últimas capitales musulmanas que todavía resistían el empuje de los castellanos: Granada y Málaga.

Asimismo, Jerez jugaba un papel fundamental en la solitaria resistencia de Estepona como plaza cristiana, no solo desde un punto de vista militar, con el envío de refuerzos cada vez que la situación lo requería —en 1.457, por ejemplo, se solicitaron veinte ballesteros según consta en las Actas Capitulares—; sino también a nivel logístico, ya que el alimento escaseaba en nuestro pueblo y dependíamos básicamente de los suministros que llegaban desde allí en arriesgados desplazamientos de arrieros escoltados por una numerosa caballería.

Así lo corrobora también el siguiente texto fechado un quince de febrero de ese mismo año en el que el propio Enrique IV autoriza a los jerezanos a sacar hasta mil quinientas arrobas de vino para aprovisionar a la gente de Estepona ya que "la dicha villa está en gran mengua de vino por causa de estar prohibida la saca de ello en esa ciudad y en su tierra y en las villas y lugares de su comarca, para lo cual y por la dicha villa estar muy cercana a la tierra de los moros no puede ser proveída ni abastecida de ello". 
(texto adaptado)

Carro y escolta, época de los duques de Borgoña, siglo XV. Armand Jean Heins
(Fuente: Meisterdrucke)


A una recua de mulas con sus muleros
la escoltan a caballo cien caballeros.
Lleva pan, lleva queso y odres de vino;
y carne de matanza de buen cochino.
Desde Jerez salieron rayando el día
y es ardua hasta Estepona la travesía.
Los alfanjes acechan tras un balate,
pero son hombres recios para el combate.

EL CONTENIDO DE LA CARTA

Volviendo al relato de los hechos, habíamos dejado a nuestros recién llegados a los pies de las escalinatas que conducían al ayuntamiento con una carta del alcaide esteponero, que iba a poner patas arriba a todo el Concejo de Jerez. 

De la primera comparecencia ante las autoridades, en la que solo entró el mensajero de Estepona, un escribano redactaría la siguiente acta.

Acta concejil del 14 de Junio

"Un vecino de Estepona se ha presentado hoy ante los alcaldes, alguaciles, regidores y jurados con una carta de don Pedro de Jerez, que es alcaide de dicha villa en sustitución de don Agustín de Spínola.

En dicha misiva hace saber a esta ciudad de Jerez que en el día de ayer a la una de la madrugada llegó a la villa un moro diciendo que hacía cuatro días que había salido huyendo de Granada tras descubrir que el rey Sa'd tenía a toda su caballería e infantería acampada a las afueras de dicha capital y dispuesta para iniciar un ataque inminente contra la villa de Estepona.

Igualmente refiere que el monarca nazarí ha enviado previamente una avanzadilla hasta Marbella con cierta gente a caballo capitaneada por el caíd malagueño Alatar y que ésta se halla ya en dicha plaza.

Por todo ello, el alcaide requiere, por servicio de Dios y del Rey Nuestro Señor, que la ciudad de Jerez parta urgentemente en ayuda de los esteponeros. Asimismo, solicita lo comuniquen a Sevilla y a todas las villas de la comarca para que acudan también en su socorro".
(Texto adaptado)

Justo después de ser leída la carta ante los incrédulos miembros del Concejo, los alguaciles trajeron a declarar al moro delator y, ayudados por un judío llamado Abrafén Çaide, que hizo las veces de trujamán —palabra de origen árabe que significa traductor—  lograron averiguar las razones que habían llevado a ese hombre a traicionar a los suyos.

UNOS DÍAS ANTES A LAS AFUERAS DE GRANADA

Contó el musulmán entre sollozos que era criado de un noble nazarí afincado a las afueras de Granada y que hacía cuatro días, una mañana en la que no estaba su amo presente, oyó un gran rumor de gente y vio que en las cercanías se estaban instalando cientos y cientos de tiendas de campaña para asentar allí el Real. Y como nadie quiso darle razón alguna sobre aquel ingente movimiento de tropas, a pesar de insistir reiteradamente a todos los soldados que pasaban por su lado, el siervo se armó de valor y le preguntó a su señora si sabía algo.

Jinetes nazaríes (zenetas) patrullando por las faldas de Sierra Nevada.
Obra de Augusto Ferrer Dalmau
(Fuente: Archivos de la Historia)

En un principio esta fue también reticente a hablar; pero tanto le insistió su vasallo que finalmente le confesó, bajo juramento de no decir nada a nadie, que el rey Sa'd había planeado atacar la fortaleza de Estepona "ya que decían que estaba mal reparada y en muy gran mengua".

En ese mismo instante, un sudor tan frío como el rocío de la mañana en el Albaicín, debió de bajar por las sienes del sorprendido criado, que pasaría el resto del día dándole vueltas al plan que luego llevaría a cabo.

Finalmente, al amparo de una noche sin Luna y sin decir ni por ahí te pudras, el moro huyó para siempre del palacete de sus amos y, bajando por la ribera del Darro, abandonó Granada y se dirigió hacia Estepona como alma que lleva el diablo.

UNA COMPLEJA RED DE LEALTADES Y TRAICIONES

Es de suponer, estimados lectores, que a estas alturas del relato os estéis preguntando qué razones llevaron a ese humilde criado a actuar de forma tan temeraria traicionando a su pueblo y salvando así a Estepona de ser sorprendida por las tropas nazaríes.

Pues sabed que fue algo tan noble como el amor a su familia ya que, según les confesaría luego a las autoridades del Concejo jerezano, su anciano padre y su hermano vivían en la plaza de Gibraltar sirviendo a las órdenes de Abén Comixa, ese caíd que —recordemos— tres años antes le había jurado lealtad al rey Enrique IV. 

Consecuentemente, nuestro valiente musulmán había actuado en todo momento con la irrenunciable intención de salvar la vida de sus familiares; sabedor de que, en caso de que se produjera un ataque sobre Estepona, las tropas nazaríes irían probablemente luego contra Gibraltar, que estaba gobernada por un disidente al que rey Sa'd de Granada se la tendría jurada.

UN TRISTE DESENLACE

Finalmente, y a pesar de aquel sinfín de trifulcas fronterizas, Estepona continuaría siendo cristiana, porque tan solo un año después de este episodio —recogido en las actas jerezanas, aunque recreado aquí desde una perspectiva más literaria— el marqués de Villena devolvería la plaza a la Corona ante las dificultades de lograr una repoblación estable.

Sin embargo, por esa paradojas que a veces tiene la vida, lo que no consiguió el rey moro de Granada lo haría una carta de nuestro propio rey mediante la cual se pondría triste fin a este apasionante periodo de la historia local con la demolición de la ya maltrecha fortaleza. Pero esa es otra historia.






BIBLIOGRAFÍA
  • BUENO LOZANO, MARTÍN. Disposiciones de Enrique IV sobre el mantenimiento y defensa de las villas de Estepona y de Jimena después de su conquista
  • BUENO LOZANO, MARTÍN. Las dos visitas de Enrique IV, Rey de Castilla y León, a Jimena de la Frontera
  • FRANCO SILVA, ALFONSO / CRUZ MARIÑO, RAFAEL. Juan Pacheco, privado de Enrique IV, y el oficio de Corregidor de Jerez de La Frontera. Universidad de Cádiz
  • PELÁEZ ROVIRA, ANTONIO. Dinamismo social en el reino nazarí (1454-1501): De la Granada islámica a la Granada mudéjar. Universidad de Granada.
  • ROMERO MARTÍNEZ, ADELINA. La concesión de un Privilegio rodado a la villa de Estepona (1457). Universidad de Granada
  • TORRES FONTES, JUAN. Itinerario del rey Enrique IV de Castilla
  • Poema: Manuel Guerrero Gómez


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