Alí Hamet (II): Su primer intento de asaltar la fortaleza

Campanas al amanecer
(Fuente: Blog depoetasylocos)


INTRODUCCIÓN

Después del saqueo de Gibraltar llevado a cabo por Alí Hamet en 1540 y de su fugaz desembarco como prisionero en Estepona, las incursiones corsarias continuaron por todo el Levante español colmando la paciencia del rey Carlos I hasta el punto de tomar una decisión tan firme que ni el mismo Papa de Roma lograría hacerle cambiar de opinión: había que cortar el problema turco de raíz e ir directamente a por la madriguera de los berberiscos, donde se fraguaban todos sus ataques. Y esa no era otra que la ciudad de Argel. 

No solo lo intentaría el Pontífice, también algunos nobles habían tratado de convencerle para que frenara aquella arriesgada expedición, pues se acercaba la época de los temporales; pero todo resultó en vano y el monarca siguió adelante con sus planes.


LA JORNADA DE ARGEL (1541)

Sumando las embarcaciones que partieron del puerto de Málaga y las que lo hicieron desde las Baleares, la descomunal flota que se concentró  en el cabo Caxina —a unas nueve millas de Argel— llegado el 21 de octubre de 1541 estaba compuesta por más de 350 bajeles y 25.000 hombres.

Sin embargo, el mal tiempo se puso en contra de la Armada española desde el primer momento cuando una terrible tormenta con lluvias torrenciales y vientos huracanados impidió el desembarco completo de las tropas. —El que avisa no es traidor— debieron de pensar el almirante Andrea Doria y el marqués Alfonso de Ávalos—.

Tres barcos en mares tormentosos
Autor: Claes Claesz. Wou
(Fuente: Wikipedia)

Las borrascas continuaron y muchas naves se fueron a pique haciendo imposible el bloqueo de Argel desde el mar. Al mismo tiempo, el ejército de tierra, que había iniciado ya el asedio sobre la ciudad, tampoco podía recibir los víveres y pertrechos necesarios para seguir adelante con la misión.

Finalmente, las circunstancias obligaron al monarca a ordenar la retirada. Pero hasta esa operación se convirtió en un suplicio. Había tal escasez de embarcaciones que, en medio de la precipitada huida, fue necesario tomar decisiones muy dolorosas, como la de arrojar muchos caballos al mar para hacer sitio a tantos hombres. Y para colmo de males, algunas naves terminarían embarrancando contra los arrecifes de la costa argelina o rendidas a los turcos bajo promesa de respetarles la vida. Visto lo visto, la llamada jornada de Argel pasó a la historia como un auténtico desastre ya que, no solo no se hizo mella alguna en la plaza norteafricana; sino que, además, tuvo un alto coste en vidas humanas.

Por otra parte, el desgaste sufrido por nuestra Armada propiciaría en adelante que los sucesores de Jeiredín Barbarroja encontrasen menos oposición en el Mediterráneo para continuar con sus incursiones sobre las costas españolas.

Argel está situada en la costa mediterránea del norte de África,
apenas a 700 kilómetros del litoral español.
En color naranja, los límites del imperio turco en su periodo de máxima expansión.
(Fuente: Apuntes de la historia del siglo XX)

RUMORES DE ALLENDE

Uno de estos discípulos de Barbarroja era Alí Hamet, nuestro conocido corsario de cabecera; del cual podemos suponer que, desde su llegada a Estepona como prisionero, no había perdido precisamente el tiempo. Por el contrario, seguía teniendo en mente su primigenia idea de tomar esta vulnerable fortaleza y estaba pertrechando las galeras necesarias para ello.

Gracias a la documentación recopilada por el investigador Francisco J. Albertos en su volumen Los ataques a Estepona de Aliamate, tenemos hoy constancia de algunos testimonios muy esclarecedores sobre los siniestros planes que se estaban fraguando en las costas de Berbería.

Por ejemplo, el de un vecino de Gibraltar llamado Francisco de Magallón, que había oído comentarios en boca de muchos moros de Tetuán, Faraga y Vélez de la Gomera —e incluso entre los turcos de Argel— acerca de un posible ataque sobre nuestro pueblo.

Y más impactante todavía es el de un antiguo vecino de Estepona llamado Enrique Ome y que había vivido aquí aproximadamente entre 1522 y 1529; aunque luego fijaría su residencia en Ceuta —por aquella época era algo muy común el constante ir y venir de repobladores debido a la tensión que suponía vivir bajo la constante amenaza berberisca—. Pues bien, una vez ubicado en su nuevo hogar, el hombre oiría comentar allí a ciertos vecinos suyos que habían estado cautivos en Argel como por los callejones de la medina no se hablaba de otra cosa que no fueran los planes para asaltar Estepona. 

Así, con ese runrún de fondo, fue pasando el tiempo hasta que llegó el verano del año 1545 y los berberiscos volvieron al Mediterráneo como tiburones en busca de nuevas presas.

Ciudad de Argel en el siglo XVI
(Fuente: web Archivos de Historia)


ESTEPONA EN 1545

Pero, ¿podemos hacernos una idea aproximada de cómo estaba nuestro pueblo durante aquellos turbulentos años? La respuesta es sí. 

Por aquel entonces, era tenedor de la fortaleza el alcaide don Gaspar de Berrio y, respecto a la población, desconocemos cuál era su censo exacto. En cambio, sí sabemos que el padrón que se hizo nueve años después arrojaba un total de "70 vecinos, 5 viudas, 1 clérigo y 6 tutelas de menores, es decir, 82 vecinos", lo que venía a equivaler a unos 300 habitantes, ya que se contabilizaba una media de 4,5 personas por cada censado.

Según el historiador Teo Rojo, la aldea ya debía de contar con una iglesia parroquial dedicada a Nuestra Señora de los Remedios, a la que acudirían devotamente los aldeanos pidiendo por sus cosechas e invocando la protección mariana frente al turco —por cierto, el cura se llamaba Juan García y estuvo dieciocho años a cargo de la parroquia—. Y nos habla también el investigador madrileño de la existencia de dos mesones a mediados del siglo XVI, uno situado dentro de la cerca y el otro fuera, en el ejido, que garantizarían comida y alojamiento a los viajeros llegados por los peligrosos caminos de Marbella o Gibraltar.

En sus tierras, de las más fértiles de la comarca —sobre todo las que lindaban con Casares—, se extendían extensos viñedos cuyas uvas se destinaban a la elaboración de exquisitos caldos y a la manufactura de pasas. Había igualmente cultivos de lino, algunas alquerías con huertas y varios molinos situados en las riberas de los ríos que bajaban de Sierra Bermeja, donde se realizaba la molienda para la población. Y en sus abundantes caladeros, los pescadores capturaban sardinas y anchoas muy apreciadas, que se vendían en tiempos de pesquería a navíos tanto extranjeros como patrios, por ser Estepona un pueblo abierto y puerto de mar. 

Molino de río, también llamado aceña
 o molino harinero
(Fuente: Historia de la molinería)

Respecto a la defensa, el rey Carlos I había ordenado tiempo atrás que se construyese un portón de acceso entre la villa y la fortaleza para que vecinos y soldados pudiesen socorrerse unos a otros en caso de ataque. Además, se había completado la cerca, y el castillo contaba con dos torres unidas con un pasadizo. Se repararon igualmente tanto los pretiles como las almenas, calzándolos de piedra y añadiéndoles una buena mezcla de cal, arena y tierra; y, por último, se sustituyeron las viejas lombardas por dos culebrinas y un falconete. 

En esas condiciones, los pocos escuderos, peones y caballeros de acostamiento que formaban parte de la guarnición intentaban velar por la seguridad de todos a pesar de la escasez de armas y munición. 


LA LLEGADA

Desgraciadamente, los planes de un posible ataque contra Estepona terminaron haciéndose realidad y un domingo 15 de julio de ese mismo año Alí Hamet arribaba por fin a la playa de la Rada con las primeras luces del día. Venía al frente de una pequeña escuadra formada por dos galeras reales y una escusa galera.

La estrategia del corso era muy simple y es posible que se basara en ocultar previamente todas las armas y estandartes de las tres embarcaciones para camuflar su aspecto. De ese modo, cuando fondearon frente a las puertas de la fortaleza y desde aquí les pidieron lengua para conocer su procedencia, los piratas pretendieron hacerse pasar por comerciantes procedentes de Malta. Pero los esteponeros, que no iban a morder el anzuelo tan fácilmente, "les enviaron un laúd con cuatro hombres" para comprobar si era cierto lo que anunciaban.

No debieron de quedar muy convencidos nuestros recelosos emisarios con lo que vieron al subir a bordo de las galeras, porque enseguida fueron apresados por sus tripulantes haciendo saltar todas las alarmas en el interior de las murallas.

¡Naves corsarias!—gritarían seguramente los soldados apostados en los adarves mientras algunos llenaban ya de pólvora y proyectiles sus arcabuces, y otros montaban las escasas piezas de artillería disponibles.

TOCANDO  A REBATO

Ahumadas entre dos torres almenaras
Dibujo realizado por Alejandro Pérez Ordóñez
(Fuente: La huella romana en Marbella. Cuaderno de actividades)

Una vez dada la voz de alarma, lo más urgente en cualquiera de estos asentamientos costeros era hacer ahumadas en las torres de vigilancia para avisar cuanto antes a las aldeas vecinas. Para ello se encendía el hacho, es decir, un manojo de paja o esparto untado con resina; y si el asalto tenía lugar durante la noche, se hacía una hoguera que fuera bien visible —a esto último se le llamaba fuego de almenara—. Cuando en la siguiente atalaya divisaban el humo, repetían la operación. De esa forma, una especie de reacción en cadena se ponía en marcha a lo largo de toda la costa y la villa que lo necesitaba recibía en pocas horas los refuerzos de vecinos y soldados de toda la comarca. 

Al mismo tiempo, las campanas de la iglesia tocaban a rebato alertando con su inquietante tañido a toda la población: las madres salían a la calle en busca de sus hijos, los campesinos regresaban de las tierras de labor soltando el arado y cogiendo la ballesta; y la gente que vivía fuera de las murallas, en el arrabal o en las alquerías, abandonaba sus casas y se refugiaba en el interior de la fortaleza.


¡Ya tocan las campanas a rebato!
El hombre de frontera por respuesta
suelta el arado, coge la ballesta
y se presta a luchar como un jabato.


EL DESEMBARCO

Volviendo al relato, Alí Hamet había dado la orden de desembarcar dos escuadras de asalto en medio del desbarajuste inicial para que más de doscientos turcos cercaran la plaza e intentaran tomarla a plena luz del día. Sin embargo, sus expectativas de una rápida victoria se toparían con la dura resistencia de aquellos aguerridos esteponeros, que resistían a duras penas mientras los berberiscos buscaban desesperadamente horadar los muros del castillo.

En esta acometida inicial los nuestros dieron muerte a un turco e hirieron a otros muchos, al tiempo que un humo negro y espeso se propagaba rápidamente a través de las torres almenaras de Guadalmansa y Baños hasta llegar a tierras de Marbella; donde —según citan las crónicas— la autoridades militares tuvieron conocimiento de los hechos a las nueve de la mañana.

LA COMPAÑÍA MILITAR DE MARBELLA

Bajo la autoridad directa de la Capitanía General de Granada, en esta ciudad cabeza de partido se asentaban una compañía ordinaria de jinetes y otra de infantería encargadas ambas de velar por la defensa litoral en el tramo de costa comprendido entre Estepona y Fuengirola.

Marbella 1635. Defensa desde la torre de Río Real de
 una galera española atacada por corsarios turcos
(Fuente: web de El periódico de Marbella)

La respuesta no se hizo esperar. Poco después de recibir el aviso, un grupo de veinte hombres de a caballo y otra treintena a pie, capitaneados respectivamente por Francisco de Maraver y Ginés Rodríguez de la Hinestrosa partían hacia Estepona "con toda furia" adonde llegarían pasado el mediodía.

Sin embargo, a pesar de su determinación, los marbellíes no alcanzaron el objetivo de pillar por sorpresa a los turcos, puesto que el escurridizo Alí Hamet, avisado de su llegada, había ordenado previamente levantar el cerco y embarcar a los hombres. Así, las tres naves otomanas desplegaron velas y se alejaron del litoral esteponero buscando quizá el refugio de algún puerto berberisco antes de que los refuerzos cristianos asomaran por el camino de la playa.

Con aquella precipitada huida, el corsario pondría fin a la primera de sus numerosas incursiones sobre estas aguas, que, entre otras cosas, le había servido para evaluar el tiempo de reacción de Estepona ante un ataque corsario. Seguramente, nuestros antepasados respiraron aliviados aquella mañana de verano sin saber todavía que la pesadilla no había hecho más que comenzar.


BIBLIOGRAFÍA


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