LA CONSTRUCCIÓN DE LA TORRE DE ESTEPONA
Una mañana temprano, un alarife enfilaba el camino de Marbella al frente de una recua de mulas. Llevaba la mente puesta en todas las provisiones y materiales necesarios para los albañiles, peones y carpinteros de su cuadrilla, a los cuales había dejado atrás trabajando en la construcción de la que posteriormente sería conocida como torre de Estepona.
Se llamaba Juan de Palmas y, tan solo unos meses antes, había decidido embarcarse en tan ambicioso proyecto endeudándose hasta las cejas y después de alcanzar un acuerdo de mínimos con el consistorio marbellí: él se haría cargo de las obras en este apartado e inhospito asentamiento a cambio de obtener su tenencia. Pero, tal y como sucediera en el famoso cuento de la lechera, sus sueños se iba a romper en mil pedazos tan solo unas horas después de salir del despoblado. Fue entonces cuando nuestro audaz contratista vino a encontrarse a mitad de camino con una horda de piratas norteafricanos que habían permanecido al acecho esperando su paso por una de aquellas peligrosas calas.
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