AMIGOS HASTA EN EL INFIERNO
Un tal Martín de Tarifa, criado del comendador Sancho de Saravia, andaba una noche guardando un hato de puercos pertenecientes a su amo en un alcornocal próximo a la torre de Estepona.
Era costumbre entonces levantar los corrales debajo de cualquier encina, quejigo o alcornoque para cebar a los marranos con las bellotas maduras caídas alrededor; de manera que, cuando estas se acababan, solo había que trasladar el hato al siguiente árbol.
Había ya anochecido en la dehesa y, siendo como era ocho o nueve de noviembre, estaría Martín junto con los demás vasallos que lo ayudaban asando castañas y conversando en torno a una buena hoguera acerca del reparto de la matanza que haría su señor; cuando, de improviso, aparecieron una treintena de moros bajados de Sierra Bermeja.
Sin mediar palabra, los recién llegados rompieron la cerca y comenzaron a perseguir a los cerdos atravesándolos con sus afiladas lanzas, mientras el resto de la piara se desbandaba entre la oscuridad del campo sin que los despavoridos siervos pudieran hacer nada por impedirlo.
Tras la espantada, el pobre pastor tuvo que presenciar a continuación una terrible escena que no olvidaría jamás: el asesinato a sangre fría de sus tres compañeros.
Corría el año mil quinientos, y esa trágica noche de otoño Martín lograría salvarse solo porque los moros insurrectos lo conocían y en medio de ese trance se habían apiadado de él "por hacerle honra". Nunca mejor dicho aquello de "Hay que tener amigos hasta en el infierno".
Durante varios meses más, el miedo se apoderó de toda la comarca: "de vez en cuando, aparecían cadáveres de vaqueros o pastores y la gente culpaba a los moros porque no podían ser otros los autores. Ningún pastor se atrevía a salir al campo a cuidar el ganado. Los campesinos que faenaban en los barbechos entre Estepona y Marbella solo araban un rato al día por temor a los mudéjares alzados y, llegada la noche, se volvían a casa porque nadie se atrevía a quedarse en el campo después del ocaso".
Un año después, y gracias a su buena ventura, el criado Martín de Tarifa pudo dar testimonio de lo sucedido a un pesquisidor encargado de investigar este y otros asaltos parecidos.
Este breve relato, que reconstruye un hecho documentado en las fuentes de la época, forma parte del artículo Sierra Bermeja (I): los rebeldes de Daidín.
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